NO PERDAMOS LA DIMENCION DEL DISCIPULADO
En el momento presente necesitamos aprender a ser discípulos, entendiendo que discípulo es el que escucha, se deja enseñar, sabe obedecer y acepta con humildad que puede aprender de otras personas. Un buen discípulo es el que aun conociendo de lo que le están hablando y, aun teniendo mejores ideas, ocupa su lugar y le da el lugar que le corresponde a su mentor, tutor o persona que ejerce autoridad sobre él. El discípulo es el que está convencido que, para poder dirigir, primero tiene que dejarse dirigir; que para poder enseñar primero debe aprender; que, para poder gobernar, primero debe aprender a ser gobernado. Todas las criaturas, absolutamente todas, estamos bajo una autoridad y debemos saber obedecer y respetar. El discípulo en la pedagogía de Jesús es el que está a los pies de su maestro escuchándolo y conociéndolo para después poder ser enviado como apóstol o testigo en medio de la comunidad. Un buen discípulo podrá llegar a ser un buen maestro; un mal maestro, con seguridad, no supo ser buen discípulo. Nunca podremos ser buenos maestros si a la vez no somos buenos discípulos. En los hogares de nuestra sociedad se requiere con urgencia hacer énfasis en la importancia de la autoridad de los padres. Por más modernos que sean los tiempos, no pierden vigencia las leyes, preceptos y mandatos del Señor. Hoy no ha perdido vigencia el cuarto mandamiento: “honrar a Padre y Madre”, entendido este mandamiento como saber escuchar, obedecer, respetar, colaborar y ser agradecidos con el padre y la madre, con los mayores y con quienes tienen autoridad sobre nosotros. Hoy es urgente que se rescate el respeto de la autoridad en la vida del hogar. No son los hijos los que ponen las normas en la familia. Son los padres los que deben trazar los lineamientos a seguir en la vida del hogar. De igual manera, en las instituciones educativas, los maestros deben volver a empoderarse de la autoridad y los alumnos deben darles a sus maestros el respeto y la gratitud oportunas. Los maestros son fundamentales en la vida de la sociedad y si le quitamos a los maestros su lugar y no los valoramos como lo que son, la sociedad sigue en picada. Si a la nave le quitamos su piloto, la dejamos sin dirección, a la deriva, y no llegará a buen puerto, lo más seguro es que se accidentará. Si la construcción no la traza un arquitecto y la dirige un ingeniero con seguridad que sufrirá problemas en los trazos, en la distribución de los espacios y lo más seguro es que al trascurrir el tiempo se notarán fallas estructurales. No debemos olvidar las normas de conducta, de urbanidad y la formación en ética y valores. Que error tan grande pensar que en una sociedad moderna ya no tienen cabida los valores éticos y las normas de buen comportamiento y de conducta, los buenos modales y el respeto a los mayores y a las autoridades. Que equivocados estamos cuando pensamos que entre “más cultos y más modernos”, podemos permitirnos ser irrespetuosos, arrogantes, ingratos e indiferentes con los que se han desgastado por construir familia, Iglesia y sociedad. En la Sagrada escritura encontramos que: “Con la misma vara con que midamos, seremos medidos” (Lucas 6, 38); y “Cada uno cosecha lo que siembra”. (Gálatas 6, 7). Todos los seres humanos estamos sujetos a una autoridad, querámoslo o no, entonces lo que nos queda es saber ser humildes, saber respetar, saber trabajar en equipo, dándole el justo lugar a cada persona y a cada cosa. Feliz y fructífero regreso de los estudiantes a sus labores académicas. Dios los bendiga, Sady Pbro. Todos los seres humanos hemos sido hechos del mismo barro y por la misma mano creadora; entonces si en lo más profundo de nuestro ser, la materia constitutiva es la misma, no debemos fijarnos en las diferencias externas como el color de la piel, el país de origen, la clase social, el credo, la política, el ser alto o bajo, gordo o flaco, rico o pobre, muy intelectual o poco preparado, porque todos tenemos la misma dignidad y tenemos todos un mismo origen y un mismo fin; la muerte no hace diferencia de personas y en la sepultura corre la misma suerte el rey que el mendigo, el blanco que el de color, el rico que el pobre. “Es algo triste e irremediable que pasar por podredumbre es una etapa y que al llegar a la bóveda in amable ninguno de descomponerse se escapa”. Todos los seres humanos tenemos la misma dignidad en cuanto que hemos sido rescatados al precio de la Sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo, para quien valemos mucho y en quien no hay acepción de personas. Nuestro cuerpo vuelve a la tierra y lo único que perdura hasta la eternidad es el amor que le hayamos ofrecido a nuestro prójimo, por eso santa Teresa de Calcuta decía: “Voy a pasar por esta vida una sola vez. Cualquier cosa buena o amabilidad que yo pueda hacer a alguna persona debo hacerla ahora, porque no pasaré de nuevo por aquí”. El Apóstol Pablo en la carta a los Gálatas nos dice: “Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa” (Gal 3, 27- 29). Los seres humanos hemos creado estratos, fronteras, etiquetas y diferencias, pero ante Dios todos somos iguales; en 1 Samuel encontramos: “Pero el SEÑOR dijo a Samuel: No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón”. (1 de Samuel 16, 7). Y Nelson Mandela nos dice: “nadie nace odiando al otro por el color de su piel, su origen o su religión. El odio se enseña, y si se puede aprender a odiar, también se puede enseñar a amar”. Al hablar de una sociedad moderna y de avanzada, con grandes adelantos de la ciencia y de la técnica, donde los medios de comunicación, las redes sociales y la tecnología de punta han llegado a su máximo auge, no se entiende como no podemos trabajar cada día por hacer que la libertad, la igualdad, la equidad, la justicia y las posibilidades para todo sean una realidad. Debemos convencernos que la igualdad puede lograrse y debemos luchar por ella en procura de una vida digna para todos los seres humanos. Reflexionemos al respecto de lo que nos dice Jean Jacques Rousseau: “La igualdad en la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea necesitado de venderse”. No podemos ser tan ciegos como para no ver y tan sordos como para no oír que el mundo grita sin cesar que nos urge empeñarnos por reducir la desigualdad social y que esta solo se dará en la medida en que trabajemos por cambiar y transformar realmente los sistemas económicos, con justicia y equidad; las políticas migratorias con solidaridad y pensando en favorecer, no perseguir ferozmente a los que buscan salvaguardar su vida y vislumbrar mejores posibilidades; ofreciendo posibilidades de empleos dignos, no a través de la burocracia sino de la competitividad; inyectando recursos en programas sociales, en educación y salud. Es vergonzoso que en pleno siglo XXI, cuando todos nuestros países celebran las fiestas de la independencia y la declaración de los derechos humanos, queramos retroceder implementando políticas represivas, de desigualdad y discriminación. Frances Wright afirma: “La igualdad es el alma de la libertad; de hecho, no existe libertad sin ella”. Ojalá comprendamos que no hay libertad sin igualdad, como no hay paz sin justicia ni auténtico desarrollo sin verdad. Dios los bendiga, Sady Pbro. Miremos la importancia fundamental de la familia en la vida de la sociedad y de la Iglesia. Si acudimos a la Sagrada Escritura, en el libro del Génesis 1, 27-28. 2, 23-25 encontramos: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla. “Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne; ella será llamada mujer, porque del hombre fue tomada. Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Nos habla de una familia compuesta por un hombre y una mujer que se unen por amor, que comunican vida y están al servicio de la vida, que comprenden que se unen santamente para fundar una familia estable donde puedan nacer sus hijos y crecer en un ambiente favorable.
Si leemos en el Génesis todo el relato de la creación encontramos que el ser humano fue creado hasta el sexto día, ¿Por qué sería? ¿Será que las demás criaturas son más importantes que el hombre? Lógico que no. Dios crea al ser humano, solo después de haber creado el paraíso porque no lo quiso tirar al vacío. Lo puso en un lugar hermoso, donde se sintiera a gusto, confortable. Con esto nuestro amado Artífice, Dios, también está enseñando a sus hijos que para procrear es necesario tener un espacio agradable y amable a donde lleguen los nuevos seres y se sientan a gusto, en una armonía familiar donde hay la figura paterna y materna, donde hay seguridad y estabilidad emocional, donde se vive en amor y donde se tiene la seguridad de un clima de familiaridad, protección y seguridad para el sano crecimiento del nuevo ser, este espacio oportuno se llama familia, al estilo de la familia que nos pone como modelo nuestro Padre, Creador y Soberano: Dios nuestro Señor. Dios no es un solterón, sino una familia, la familia Trinitaria, modelo de toda familia, ya que cada una de las Divinas Personas, aunque tiene distintas atribuciones, tiene una única misión: la santificación y felicidad del ser humano. Si nos trasladamos al misterio de la Encarnación, cuando Cristo, no haciendo alarde de su categoría de Dios, se anonada y viene hasta nosotros, podemos advertir que, aunque fue engendrado sin el concurso de varón, quiso nacer en una familia donde recibiera el amor, el cuidado, las orientaciones y las provisiones de un padre y una madre, por la importancia de crecer teniendo bien presente y como modelo de vida las figuras paterna y materna. Necesitamos recobrar la importancia de la familia, no según los prototipos de la modernidad que desfiguran la original y autentica figura de la familia: hombre y mujer que viven unidos a su Creador, en amor, armonía y colaborándole, como co-creadores, transmisores y custodios de la vida. No se puede perder de vista la gran importancia de la figura paterna en la vida de la familia. La figura de padre y esposo es muy importante en la vida familiar. No es lo mismo cuando un hogar cuenta con la bendición de tener un papá que muestra amor, cuidado, protección y la capacidad de ser proveedor, a cuando una mujer como cabeza de hogar le toca sola ser papá y mamá. El esposo debe ejercer su papel de liderazgo iniciando con su propia relación espiritual con Dios y sirviendo como ejemplo para que los demás miembros de la familia se acerquen al Señor y después de conocer y amar al Señor y sintiendo fuerte su presencia en él, ayude a infundir en los suyos las virtudes y los valores evangélicos. En el mes de junio, cuando la sociedad de consumo nos invita a celebrar el día del Padre de familia, debemos aprovecharlo todos para replantearnos la importancia del Papá en la vida del hogar. Debemos respetarlos y demostrarles más amor, gratitud y cariño. No podemos dejarnos enredar por las ideologías modernas de pensar en otra figura de familia, distinta a la que nos propone nuestro Buen Dios. No podemos dejarnos enredar por las falsas ideas de la sociedad moderna de creer que da lo mismo con que haya o no haya la figura paterna en la vida del hogar. Muchas gracias papás por su misión, su compromiso y su responsabilidad para querer fundar santamente una familia, comunicar responsablemente el don de la vida y querer ser su proveedor y custodio. ¡Feliz celebración del Padre de familia! Dios los bendiga, Sady Pbro. Hoy cuando el mundo se enfrenta a una situación inesperada, el covid 19, para la que no estábamos preparados, o por lo menos, las grandes mayorías no lo estábamos, cuando hay tantos dimes y diretes, cuando cada uno opina; nosotros los que creemos en la fuerza del Amor, los que creemos en la Vida, los que estamos convencidos en la poderosa e incomparable victoria del Rey de reyes y Señor de señores, del Amor de los amores que se dejó crucificar para liberarnos del virus del pecado y de la muerte, los que creemos en el poder de Dios Padre, quien levantó a Cristo de las profundidades del sepulcro, no nos podemos dejar enredar en especulaciones sin fundamento, en miedo, pesimismo y desesperanza. No podemos perder de vista que la fe del verdadero creyente se purifica en la prueba. En el libro del Eclesiástico (2, 1.9) encontramos: “Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, sé firme, y no te inquietes en el momento de la desgracia. Los que temen al Señor, esperen sus beneficios, el gozo duradero y la misericordia.” Dios no nos manda males, porque un padre no quiere el mal para sus hijos, pero Dios permite estas situaciones como señales de tránsito que nos indican que vamos por caminos equivocados, quizás en contra vía y si no nos detenemos y cambiamos de ruta, nos accidentaremos, expondremos nuestra vida y la vida de nuestros semejantes. El verdadero cristiano necesita asumir la cruz, cuando esta nos visita. No la asumiremos con actitud de alegría y regocijo, tampoco con resignación y conformismo, pero si con paz, amor y con la certeza que ella nos servirá de puente para cruzar la frontera de lo superfluo y mundano para entrar en lo verdadero, indispensable y celestial. San Teodoro Estudita, en la disertación sobre la preciosa y vivificante Cruz de Cristo, nos dice: “¡Oh don valiosísimo de la cruz! Se trata, en efecto, del leño que engendra la vida, no la muerte; que da luz, no tinieblas; que introduce en el Edén, no que hace salir de él. La cruz es el madero al cual subió Cristo, como un rey a su carro de combate, para, desde él, vencer al demonio, que detentaba el poder de la muerte, y liberar al género humano de la esclavitud del tirano”. No debemos buscarla, pero si nos la encontramos: ¿Por qué rechazarla? ¿Para qué arrastrarla? Asumamos este momento que vive el mundo con fe, con esperanza, con actitud de cambio, como oportunidad para replantearnos la vida y buscar la conversión. Necesitamos desde el corazón decir como el Apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4,13) y “Si el Señor está con nosotros, quien podrá contra nosotros” (Rom 8, 31). Es una gran verdad que la humanidad está atravesando por un momento bien complejo y difícil. Es cierto que debemos ser bien prudentes, obedeciendo, quedándonos en casa y tomando las precauciones necesarias para que el virus no se siga extendiendo más rápidamente; es una gran verdad que todos nos vemos afectados en aspectos laborales y financieros, especialmente los más desfavorecidos. Sin embargo, miremos la otra cara de la moneda: ¿Dónde está nuestra esperanza? Es fácil creer cuando todo nos sale bien, pero en el momento de prueba es donde podemos advertir que tan madura es nuestra fe. ¿No será este momento de crisis una oportunidad para afianzarnos como guerreros fuertes que no se rinden, por el contrario, luchan valientemente para salir vencedores en la batalla, con la confianza que Dios pelea de nuestra parte? ¿No será este un momento propicio para despertar del estancamiento y el conformismo y ver horizontes, metas y alternativas nuevas? Esta dificultad que vive la humanidad, ¿No será una valiosa oportunidad para retomar los valores que hemos desechado? ¿No será el momento de volver a Dios? Si usted está diciendo que este encierro lo mata, que está cayendo en estrés, que está aburrido, “no se aburra”; esta es una gran oportunidad para sentarse un rato en silencio, reflexionar y encontrarse consigo mismo, de pronto por el corre corre del día a día, había abandonado este espacio oportuno y estaba perdiendo su identidad y el sentido de su vida. Quizás puede aprovechar este aislamiento como gran oportunidad para hacer de su hogar una pequeña Iglesia doméstica donde se reencuentre y propicie el encuentro de sus seres amados con Dios, quien le da sentido a nuestra existencia, da paz, fortaleza y luz para avanzar en el camino. Aprovechemos este momento como instrumento oportuno para compartir con nuestra querida familia. Recordemos: después de Dios, nuestra familia es el bien más preciado que tenemos. Puede aprovechar la oportunidad para limpiar y reorganizar su casa de habitación y su casa interior. No engrosemos las filas de los que, especulando detrás de las redes, siembran desesperanza, miedo y desconcierto, subámonos al tren de los que creen, esperan, son positivos y luchan por salir fortalecidos y victoriosos de las batallas. Todo va a depender de como vemos esta situación difícil que estamos viviendo, como un obstáculo infranqueable que nos paraliza y derriba o como la oportunidad de nuestra vida para hacernos fuertes guerreros que buscan alternativas, trabajan por la superación con dinamismo y alcanzan el éxito. Orison Swett Marden, dice: “No se sale adelante celebrando éxitos, sino superando fracasos”. Queramos ver el mundo con ojos nuevos, reemprendamos nuestra vida guiados por la sabiduría que nos viene de lo alto. Los mantengo constantemente en mis oraciones. Dios los bendiga, Sady Pbro. ¡Claro que resucitó! Y con más ímpetu que antes, se levantó glorioso, en los que mantienen viva la esperanza, en los que sirven por amor y se entregan por el bien de los demás. Se levantó con fuerza, se levantó radiante, se levantó con ánimo para decirnos que la vida sigue, que las esperanzas son las ultimas que se pierden. Que en la vida necesitamos afrontar las crisis, los problemas, los sufrimientos y las dificultades. Necesitamos vivir la cuaresma de nuestra vida como tiempo de purificación, reflexión y preparación; es necesaria la conversión; es necesario morir, para poder emprender el camino de resurrección. Necesitamos cambio, renovación y sanación. Se levantó de veras, se levantó a nuestro lado, se levantó para decirnos, que no nos quedemos parados, que avancemos hacia Él, que nos encamínenos hacia nuestros hermanos, que no nos dejemos inundar de pánico, que debemos poner nuestra confianza en quien nos ha creado, en quien nos ha redimido y en quien nos ha santificado. No podemos retroceder ni quedarnos estáticos, es necesario seguir adelante, para ver un nuevo amanecer. En el camino encontramos piedras, tropiezos y cruces; amistades, miedos y sin sabores; dolores, enfermedades y pandemias; perdón, rencores y amores; odios, incertidumbres y luces; esperanzas, sueños e ilusiones. Jesucristo para entregarnos la bandera de la victoria, no fue andando entre flores, nos enseña: “el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Él, la hallará” (Mt 16,25). Él Resucitó en los que fueron generosos, sirvieron y se entregaron. En los que murieron para dar vida y en los que viviendo todo lo han dado. En este año, en medio de las tinieblas y las sombras de muerte, despunta una gran luz, irrumpe el Señor Resucitado para decirnos: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.” (Jn 16,33). “Dichosos los que sufren, porque serán consolados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5, 5. 7). “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20c). Cristo Resucitado se hace compañero de camino, se hace camino e invita a participar en su reino a los que solidariamente y por amor se ponen en camino para auxiliar al enfermo, no interesando que enfermedad padezca, invita a participar de su Reino a los que consuelan al preso, a los que dan pan al hambriento y bebida al sediento, a los que visten al desnudo y hospedan al peregrino (Mt 25, 31-36). ¡No olvides! Cristo Resucitado a la vez es peregrino, meta y camino y con tu prójimo tu eres peregrino. No podemos olvidar que nosotros no somos el todo, solamente, somos parte de un todo y necesitamos unirnos Al que es la Vida, para poder tener vida. No hemos sido creados para morir, nacimos para vivir de eternidad; Cristo ha resucitado para desatarnos de las ataduras de la muerte, para que vayamos al cielo viviendo la libertad. Recordemos que, “aunque los Templos estén cerrados, la Iglesia sigue Viva, orante, y vigilante”. Estamos en comunión con Cristo y con nuestro prójimo, quedemos en comunión de oraciones. Que la experiencia dura que estamos viviendo, causada por la pandemia a nivel mundial, nos lleve a reencontrarnos con Cristo Resucitado que nos invita a escucharlo, a caminar con Él, a salir de las tinieblas del pecado dejándonos iluminar por la luz de la Verdad y a vivir en su gracia. Convenzámonos que Cristo Resucitado ahora más que nunca está entre nosotros y nos invita a confiar más que antes en El. Que Dios los bendiga, Sady Pbro. Desde mi nueva obediencia saludo con respeto, gratitud y cariño a la querida comunidad de San José y a toda la población de Del Rio. Todavía hay en mí sentimientos encontrados: de alegría por la cercanía de mi familia, de nostalgia por mi distanciamiento físico de sus finos corazones, de gratitud por la fe y el amor a Cristo y a la Iglesia expresado en muchos de ustedes a través de su cariño y apoyo a mi ministerio y a mi persona, de satisfacción por el granito de arena que con su valiosa ayuda pude poner en la construcción del Reino de Dios a través de la Iglesia que peregrina en medio de esos valles y breñas. El pasado 26 de enero, mi querido Obispo Diocesano me posesionó como Párroco de la comunidad parroquial de la Inmaculada Concepción, en Concepción –Santander- Colombia, municipio que cuenta con 7.133 habitantes: 2.508 viven en la zona urbana y 4.625 en la zona rural. Como nos podemos dar cuenta por los datos anteriores, la mayoría de los habitantes de Concepción viven en el sector rural, común denominador en nuestra Diócesis de Málaga – Soatá, en sus 31 parroquias, existentes en 26 municipios de los departamentos colombianos de Santander y Boyacá. También en esta querida comunidad parroquial de la Inmaculada Concepción existe la comunidad indígena de los Uwas; única comunidad indígena existente en nuestra Diócesis. En el mismo municipio en sus 686 km² encontramos diferentes pisos térmicos con variedad de climas, cultivos y paisajes. El día de mi posesión pastoral en esta querida comunidad, dirigí unas palabras que deseo recordarlas todos los días para servir con amor a mi pueblo y que a continuación transcribo dos fragmentos: “con fe, esperanza y alegría, inicio mi ministerio sacerdotal entre ustedes, implorando el auxilio del Señor que me ha enviado, y sabiendo que mi tarea es la de acompañarlos en el camino de la fe. Plagiando con San Agustín, puedo decir: con ustedes soy cristiano, para ustedes soy su servidor. Quiero “recorrer el camino, acompañándolos en la carrera, para llegar a la meta y lograr la corona de la gloria” (Fl 3,14) que es nuestro Señor Jesucristo y la eternidad que Él nos tiene prometida. “En su nombre echaré las redes” (Lc 5,5). Me da alegría poder venir a servir pastoral y espiritualmente a mi pueblo, donde viví los primeros años de mi vida y donde sentí mi llamado vocacional en una casa humilde, en medio de un jardín donde mi madrecita Rosa Alcira (Q.E.P.D.) veneraba a San Martin de Porres en una pequeña gruta, de la cual yo decía que era mi Templo Parroquial. Pero El Buen Dios tenía su plan para mí. Como dice Jeremías (1, 4 - 6) “desde antes de formarme en el vientre de mi madre, ya me conocía y me había consagrado para ser profeta”.” Me siento muy contento en esta población, también esta comunidad tiene un amor profundo por la Eucaristía, hay varios apostolados y ministerios y la gente es muy amable y ferviente. Con la ayuda de Dios en cuaresma visitaré los 32 sectores rurales. A ustedes, la querida comunidad de Del Rio, siempre los recordaré con amor y gratitud. Muchas gracias, por el cariño, el apoyo y la aceptación amorosa de mi persona, con todas mis miserias y limitaciones. Cada vez me convenzo aún más que “El valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables”. Procuré aprovechar el tiempo de mi estancia entre ustedes para ofrecerles mi solicitud pastoral y orar al Señor para que cada día sean más fuertes y grandes en la fe y para “que todos sean uno, para que el mundo crea”. Estarán siempre en mis oraciones. Por favor encomiéndeme en sus oraciones. Dios los bendiga, Sady Pbro. Como fruto de nuestra cultura machista, vengativa y dura nos hemos hecho a la idea de un Dios distante, vengativo, castigador, malo, que provoca miedo, pero la realidad es otra. Nuestro Dios, el Dios de los cristianos es el Dios del amor, el Dios del perdón y de las misericordias.
Dios nuestro Padre y Creador nos ama infinitamente, hasta el punto que nos envió a su propio Hijo, “quien a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. (Fil 2, 6-11). Dios Padre nos ama a todos, incondicionalmente, pero nos ama a cada uno particular y personalmente, así como somos, con nuestros aciertos y desaciertos y nos ama no porque seamos buenos, sino porque Él es bueno. Dios nos ama, así como somos, no para dejarnos sumergidos en nuestros problemas y dificultades sino para darnos la mano y ayudarnos a salir de los conflictos, respetando nuestra libertad. Según la realidad de cada uno se hace presente entre nosotros y nos ofrece su cariño y su presencia reconfortante, según la necesidad que tengamos. El amor de Dios lo llevó a crearnos a cada uno a su imagen y semejanza y nos hizo únicos e irrepetibles, Él nos creó en serio, no en serie. Nos pide que nos dejemos amar por Él y que seamos capaces de amar a nuestro prójimo, pues el amor es la máxima expresión de nuestro ser cristiano. Al reflexionar sobre el amor, desde el punto de vista cristiano, no podemos, dejar de lado lo que el Apóstol Pablo nos dice al respecto: “El amor es sacrificado, es comprensivo; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.” (1 Cor 13, 4-8). Nosotros los cristianos, creación del Amor, necesitamos ser una réplica y prolongación de Dios, fuente y cumbre del amor. Si amamos es una correspondencia al amor incondicional e infinito que Dios nos tiene. La Sagrada Escritura nos invita a mantenernos en el amor de Dios. Si amamos a Dios y a nuestro prójimo nos esforzaremos por obrar pensando en el bien de los demás, no buscaremos complacernos a nosotros mismos, sino que nos preocuparemos por la felicidad y el bienestar de los demás. El verdadero amor nos llevará a vivir en la fidelidad, en el respeto a nosotros mismos y a los demás, a apartarnos de los vicios, a valorar a las personas por lo que son, a perdonar, a ser tolerantes, a no quitarle lo que le corresponde a los demás, a no mentir, a no envidiar a los demás por sus éxitos y sus bienes. El verdadero amor, como dice Pablo, “consiste en alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran” (Rm 12,15). Al hablar del amor, podemos caer en el peligro de un romanticismo vacío y frívolo. Necesitamos convencernos que para amar verdaderamente es necesario esforzarnos para ofrecerle felicidad y bienestar a los seres amados, hasta el extremo de entregar nuestra propia vida, al estilo de Cristo, para que los otros “tengan vida y vida abundante” (Jn 10,10). Dios los bendiga, Sady Pbro. “El Adviento es el tiempo litúrgico de alegre esperanza que consta de cuatro semanas de preparación para la navidad y que nos recuerda el encuentro trascendental que compromete toda nuestra vida: el encuentro con Cristo, que vino hace dos mil años y que vendrá glorioso al final de los tiempos, pero que viene constantemente a nosotros, en su Palabra y en sus Sacramentos”. Esto nos exige permanecer en vigilante espera y asumir diariamente la conversión, para poder descubrir su presencia real y palpitante en nuestras vidas. Adviento es el maravilloso tiempo que nos ofrece la Iglesia, en espera del Señor. Personajes del Adviento: Punto de referencia: Jesucristo. “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Ap 22,13). De Él venimos y a Él volvemos. Le da sentido y consistencia al Adviento, a la Navidad y a nuestra fe. La figura de la espera: el Profeta Isaías. “Preparad el camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale” (Is 40, 3-4). Se convierte en el profeta más citado en el Nuevo Testamento, en cuanto que frecuentemente vaticina sobre la gloria del Mesías y de los sufrimientos del siervo de Yahveh, como medios salvíficos y de alegre esperanza para el pueblo. El Papa Benedicto XVI en el Ángelus de diciembre 12 de 2010, nos dice al respecto: “El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra del Señor y, mientras los hombres buscan a menudo la felicidad por caminos que resultan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no falla porque tiene su fundamento en la fidelidad de Dios”. La figura de la preparación: Juan el Bautista. “Juan vio a Jesús que venía a su encuentro, y exclamó: “ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Es el último profeta de Israel por lo que resulta siendo el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre las promesas y su cumplimiento. Constantemente anuncia el Reino y llama a la conversión, acompañado de ascetismo, austeridad y oración en la soledad del desierto, por lo que se puede advertir en él la encarnación del espíritu de Adviento. La figura de la esperanza y Madre del Salvador: La Virgen María. “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mi tal como has dicho” (Lc 1, 38). En LG 55 encontramos que en María confluyen las esperanzas mesiánicas del A.T. el Papa Benedicto XVI en el Ángelus de noviembre 28 de 2010 la llama “Mujer del Adviento”, en cuanto que confía en el cumplimiento de las promesas de Dios, se dispone a aceptar su voluntad y a recibirlo en su ser en oración silenciosa y ferviente, con profundo amor y con santa alegría. Consientes que el Adviento de una manera eminente tiene como referencia a Cristo, no se contrapone a que profundicemos en el culto a la Santísima Virgen María. La figura de la contemplación y el silencio: San José. “Y José su marido, siendo un hombre justo y no queriendo difamarla, quiso abandonarla en secreto” (Mt 1, 19). Junto a María vivió en silencio y en ferviente espera el tiempo del nacimiento de Jesús. ¿Por qué lo contemplamos como un personaje importante del Adviento? El Papa Benedicto XVI en el Ángelus de diciembre 18 de 2005 nos dice: “a través de él (José), el Niño resultaba legalmente insertado en la descendencia davídica y así daba cumplimiento a las Escrituras, en las que el Mesías había sido profetizado como “hijo de David””. Por otra parte, dice el Papa, “cuando la Escritura llama “justo” a José quiere decir, ante todo, que es un hombre de fe, que ha acogido en su vida la Palabra de Dios y su proyecto sobre él. Como Abrahán, ha renunciado a sus seguridades y se ha puesto en camino sin saber adónde iba, fiándose de Dios”. Recordándonos con esto, el Santo Padre, que José es “modelo del hombre “justo”, en cuanto que en él se anuncia el hombre nuevo que mira con fe y fortaleza al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía a la infinita misericordia de Aquel que cumple las profecías y abre el tiempo de la salvación”. El mensaje central del adviento: Dios viene. Necesitamos estar Vigilantes: “Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 42). Nos urge estar firmes, atentos, despiertos, en marcha. Con el Señor el Reino de los cielos ya está cerca: con Él viene la justicia y la salvación para el pueblo, necesitamos emprender el camino de la conversión. ¿Por qué el Señor no nos reveló el momento en que viene a cada uno de nosotros? ¿Por qué nos llega de sorpresa? Nuestra preocupación no ha de ser como y cuando; más bien, ¿Qué tan preparados estamos? Lo fundamental es estar en vela, no dejarnos sumergir en el sueño de la despreocupación y la indiferencia, no dejarnos arropar por las tinieblas de las malas acciones y el pecado. Debemos estar en marcha hacia el monte de la salvación de las buenas obras, del amor a Dios y al prójimo y de los valores y virtudes cristianos. El no saber ni el día ni la hora en que vuelve el Señor a cada uno de nosotros nos debe disponer a estar vigilantes y a “saber aceptar la ley de la insignificancia humana: esto es que después de mi muerte el sol seguirá brillando y la historia palpitando, es decir todo seguirá igual como si nada hubiese sucedido. Hace un siglo nadie sabía de mí. Dentro de un siglo nadie sabrá de mí. Entonces, ¿Qué soy? ¿un relámpago entre dos eternidades?” (P. Larrañaga). Debo reflexionar sobre la trascendencia humana: vine de Dios y debo volver a Él. Debo estar vigilante, atento, bien dispuesto para cuando Él vuelva. Caminemos alegres al encuentro del Señor, que viene. Dios los bendiga, Sady Pbro. La Virgen de Guadalupe es la Santísima Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra, llamada así por las circunstancias en que apareció en el Tepeyac, México. “Sería el náhuatl, como variación de la palabra coatlallope: «la que aplasta a la serpiente» (de coatl, «serpiente», a, preposición y llope, «aplastar»), con la que Juan Diego se refirió a la aparición que tuvo”.
Es importante recordar que la Santísima Virgen María es una sola, llamada de diversas maneras o a través de diferentes advocaciones. Las Advocaciones son títulos, atributos, características, dones, apariciones, referencias o nombres que se le dan, en este caso a la Santísima Virgen María Madre de Dios. Literalmente indica el “modo de llamar” o designar. El diccionario de la real academia española, nos dice que “el término advocación se aplica al nombre de una persona divina o santa y que se refiere a determinado misterio, virtud o atributo suyos, a momentos especiales de su vida, a lugares vinculados a su presencia o al hallazgo de una imagen suya”. Nuestra Madre, la Iglesia Católica, reconoce un sin número de advocaciones Marianas a través de las cuales se rinde culto de diversas maneras a la Madre de Dios y Madre nuestra, de acuerdo con las expresiones culturales de cada país, región o pueblo. Las advocaciones se pueden clasificar de acuerdo a la clase de inicio que han tenido. Enuncio a continuación las más comunes: En razón de la existencia de un misterio divino: Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de la Anunciación, Nuestra Señora de la Natividad, Nuestra Señora de la Asunción. En razón de atributos o virtudes de la Santísima Virgen María: Nuestra Señora del amor hermoso, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, María Auxiliadora, Nuestra Señora de los Remedios. Por la existencia en ese lugar de una aparición mariana en el lugar de referencia, con un fin y un mensaje específico: Nuestra Señora del Pilar (España). Nuestra Señora de Lourdes (Francia). Nuestra Señora de Fátima (Portugal). Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá (Colombia). La advocación más antigua: la Virgen del Pilar, porque surge cuando Ella aún vivía terrenalmente, según cuenta la tradición, a principios del mes de enero del año 40, Santiago apóstol (el hijo de Zebedeo), llega a la ciudad romana de Caesaraugusta, hoy Zaragoza (España). Fue entonces cuando tuvo la aparición “en carne mortal” de la Virgen María”. Para alentarlo en la obra de la evangelización. (Henry Vargas Holguín). Santuarios con advocaciones marianas más visitados y que suscitan devoción de las más arraigadas en el mundo: Santuario de nuestra Señora de Guadalupe, en México (Su fiesta el 12 de diciembre). Santuario de nuestra Señora de Lourdes, en Francia (Su fiesta el 11 de febrero). Santuario de nuestra señora de Fátima, en Portugal (su fiesta el 13 de mayo). Advocaciones marianas más famosas del continente americano: México y las Américas: Nuestra Señora de Guadalupe. Argentina: Nuestra Señora de Luján. Bolivia: Nuestra Señora de Copacabana. Brasil: Nuestra Señora Aparecida. Canadá: Nuestra Señora del Santo Rosario del Cabo. Chile: La Virgen del Carmen de Maipú. Colombia: Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Costa Rica: Nuestra Señora de los Ángeles. Cuba: Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Ecuador: Nuestra Señora del Quinche. Estados Unidos de Norte América: La Inmaculada Concepción. Guatemala: Santa María del Rosario. Haití: Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Honduras: Nuestra Señora de Suyapa. Nicaragua: La Inmaculada Concepción de El Viejo (La Purísima). Panamá: Santa María de la Antigua. Paraguay: Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé. Perú: Nuestra Señora de la Merced. Puerto Rico: Nuestra Señora de la Divina Providencia. República Dominicana: Nuestra Señora de Altagracia. San Salvador: Nuestra Señora de la Paz. Uruguay: Nuestra Señora de los Treinta y Tres. Venezuela: Nuestra Señora de Coromoto. No tengamos miedo darle culto de veneración a nuestra Madre Santísima, la Virgen María de Guadalupe o en cualquier otra advocación. El significado de darle culto es considerarla colmada de virtudes y gracias; en la Sagrada Escritura encontramos que el Ángel mismo le dice a la Virgen: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios” (Lc 1, 28. 30). Si Dios la reconoce como llena de gracias, ¿por qué nosotros, pecadores, no le podemos reconocer su santidad, predilección y gracia? La Iglesia católica distingue claramente tres clases de cultos: LATRÍA: o de adoración y este se lo ofrecemos solamente a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con este culto aceptamos que Dios es Todopoderoso y lo amamos sabiendo que es el más sublime de los seres. Hiperdulía: o veneración especial a la Santísima Virgen María, pues la amamos y exaltamos por ser madre de Dios y madre nuestra y por ser esa criatura adornada de tan excelentes virtudes. Dulía: o veneración que ofrecemos a los demás santos, con respeto y admiración por su ejemplo de vida. Amemos, veneremos y sigamos los pasos de la Virgen, camino seguro para llega a Cristo, y dispongámonos con actitud de fe y de verdadera conversión para escuchar lo que escucho el bienaventurado Juan Diego: “Oye y ten entendido hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?, ¿No soy tu Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?, ¿No soy yo tu salud?, ¿No estás por ventura en mi regazo?, ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa”. Trabajo de investigación y recopilación de Sady Nelson Santana M. Pbro. La séptima obra de misericordia corporal nos manda: “Enterrar a los muertos” y la séptima obra de misericordia espiritual nos pide: “Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos”. Es muy importante que nosotros tengamos en cuenta a nuestros seres queridos que “nos han precedido en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz”, en cuanto que el cuarto mandamiento de la ley de Dios no es solamente para observarlo con quienes viven entre nosotros, sino también con los que se nos han adelantado. La doctrina católica nos dice: “en el Cielo no puede entrar nada manchado. Por eso el alma que está afeada por las faltas y pecados veniales no puede entrar a la presencia de Dios: para llegar a la felicidad eterna es preciso estar purificado de toda culpa”. Hay en nosotros faltas o pecados cometidos contra Dios y contra nuestro prójimo: faltas en las que no le hemos respondido al amor infinito que Dios nos ofrece: nuestra impiedad, el mostrar agrado por el pecado, nuestras indiferencias con los necesitados, orgullos, vanaglorias y enojos. El purgatorio es como la antesala para entrar al Cielo y nosotros los que aun vivimos en este mundo tenemos el sagrado deber de orar por la purificación de las faltas de las benditas almas del purgatorio, para que prontamente participen de la presencia de Dios. Entonces, al fin y al cabo, ¿por qué rezar por los muertos? Desde el Antiguo Testamento, en el 2º. Libro de los Macabeos encontramos: “Mandó Judas Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados, pensando en la resurrección. Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos” (2º. Mac 12, 41- 46). Nuestro Señor Jesucristo nos dice: “Yo soy la Resurrección. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26). El Apóstol Pablo en su primera Carta a los Corintios dice: “La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego”. (1º. Cor 3, 14). San Gregorio Magno afirma: “Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso”. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “los que mueren en gracia y amistad de Dios, pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma”. A esto le llamamos purgatorio purificador. San Juan Pablo II nos dice: “Con estos hermanos nuestros, que “también han sido partícipes de la fragilidad propia de todos ser humano, sentimos el deber -y la necesidad- de ofrecerles la ayuda afectuosa de nuestra oración, a fin de que cualquier eventual residuo de debilidad humana, que todavía pudiera retrasar su encuentro feliz con Dios, sea definitivamente borrado”. Tenemos la concepción clara que la Iglesia es una sola, en tres estados: la Iglesia peregrinante (los que aun vivimos en este mundo); la celebramos en el día a día. La Iglesia purgante (las benditas almas del purgatorio) por quienes debemos pedir con actitud de caridad y solidaridad; la celebramos el 2 de noviembre: conmemoración de los fieles difuntos y la Iglesia triunfante (conformada por los hermanos y hermanas que ya se nos han adelantado y después de su purificación gozan de la presencia de Dios); la celebramos el 1º. de noviembre: Solemnidad de todos los Santos. Así manifestamos la unidad de la Iglesia de Dios, del pueblo de Dios llamado a vivir en unidad y Santidad. Podemos concluir entonces, que, si creemos en la resurrección de los muertos, como rezamos en el Credo, entonces debemos orar por ellos, ofrecer la Eucaristía, rezar el Santo Rosario, ofrecer limosnas, ofrecer sacrificios y en lugar de desperdiciar los momentos de infortunio y tribulación ofrecérselos al Señor Jesucristo, pidiendo que todo esto les sirva a nuestros familiares, amigos, bienhechores y necesitados difuntos como sufragio por el perdón de sus pecados y puedan gozar prontamente de la presencia de Dios en el Cielo, participando del Banquete eterno. Oremos ferviente y constantemente por nuestros difuntos y como dicen nuestra gente sencilla, ganémonos el jornal, para cuando nosotros necesitemos de la oración para la purificación perfecta de nuestras almas para poder ver al Señor en su Gloria, tengamos también quien ore por nosotros, porque recordemos que de lo que se siembra se cosecha. Dios los bendiga, Sady Pbro. |
KWMC
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