¡HAY QUE ANUNCIAR CON GOZO LA BUENA NUEVA!“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15), son las primeras palabras de Cristo resucitado a sus apóstoles y nosotros los cristianos, discípulos del Señor, estamos invitados hoy a ir por el mundo de nuestra familia, de nuestro entorno laboral, de la Iglesia y de la sociedad donde nos movemos a “anunciar la Buena Nueva”, a decirle a nuestro prójimo que el Amor nos ama, que la Vida está viva, que Cristo Resucitado nos está esperando con los brazos abiertos y que no duda en volvernos a rescatar, porque “Él es el Camino, la Verdad y la Vida”. (Jn 14,6).
Nuestro muy querido Papa Francisco nos dice al respecto: “El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); « ¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!»” (1 Co 9,16). (La alegría del Evangelio No. 9) Si hemos tenido la gracia de haber experimentado la presencia de Dios en nuestra vida, al igual que el Ángel en el momento del nacimiento del Señor le dice a los pastores “No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor” (Lc 2, 11-12), también nosotros en el mundo en el que nos encontramos y donde predominan las noticias de maldad, de odio, de deshonestidad, de discriminación y de muerte estamos llamados a anunciar con fuerza y alegría que Cristo Resucitado está entre nosotros, que nos ama y nos espera para curar nuestras heridas, para aliviar nuestras penas, para perdonar nuestros pecados, porque Él “ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia” (Jn 10, 10). ¡Cristo nos ama! En el Evangelio según san Marcos encontramos que después de las palabras del Señor, vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio, continua: …“Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes, y si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos”, (Mc 16, 116-18). Recordemos que en octubre celebramos el DOMUM: Domingo Mundial de las Misiones, oportunidad especial que nos recuerda que nosotros somos misioneros, que debemos anunciar el Evangelio, devolviendo la esperanza a los desesperanzados, liberando a nuestro prójimo del mal espíritu del pesimismo, resucitando a los que están muertos por la tristeza y hablando la nueva lengua del amor, de la vida y de la esperanza; en otras palabras, convirtiéndonos en aquellos que invitamos a nuestro prójimo, como nos dice el Santo Padre Francisco en la ya citada exhortación apostólica la alegría del Evangelio (No. 3) a “renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. A que adviertan que éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor…Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!”. ¡Hermano, hermana: Cristo te ama infinitamente! Tengamos presente lo que nos insistía San Juan Pablo II: “Cristianos, ya se nos llegó la hora… No tengamos miedo… La fe se fortalece dándola”. Salgamos de nuestro egoísmo, para ir hacia el otro a anunciarle la Buena Nueva, a decirle con convicción y alegría: hermano, hermana, Cristo te ama. Dios los bendiga, Sady Pbro. |
KWMC
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