“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha enviado a su Hijo Unigénito para que todo aquel que en Él crea no se pierda sino que tenga vida eterna”. (Jn 3,16). El evangelista San Juan nos dice cómo el amor de Dios por nosotros permitió que su Hijo viviera la Encarnación (misterio a través del cual Cristo unió su naturaleza Divina a nuestra naturaleza humana, haciéndose hombre como nosotros). San Lucas lo atestigua: “María entonces dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?” Contestó el Ángel: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios””. (Lc 1, 34-35). Es así como con alegría y fe celebramos año tras año la Navidad (Solemnidad con la cual los cristianos conmemoramos el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo), para hacernos partícipes del anuncio del Ángel a los pastores: «No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» (Lc 2:10-12). Navidad del latín Nativitas nativates que significa nacimiento. En ingles decimos christmas, contracción que significa Liturgia o Misa de Cristo. Navidad es la fiesta del nacimiento de Jesucristo; noche de bendición; fiesta de la vida. Fiesta del misterio del abajamiento y la humillación de Dios que siendo el Rey grande y poderoso viene a nosotros como pequeño siervo; siendo Rico se hace pobre para salvarnos y enriquecernos a todos. Los cristianos católicos hacemos memoria de la navidad, entre otras tradiciones, vistiendo el pesebre (representación en figuras del Niño Jesús, la Virgen María, San José, el Ángel, los Pastores, los Reyes del Oriente, la mula y el buey, con las que se hace la réplica del escenario donde fue hallado el Niño Jesús por los pastores que venían a adorarle. Sin embargo aunque el Señor Jesucristo naciera miles de veces y nosotros año tras año vistiéramos el pesebre, si no le permitimos que nazca en nuestro corazón esta celebración pierde su significado en nuestra vida y nosotros nos seguiremos sintiendo vacíos. Necesitamos decirle en esta Navidad: Señor, te ofrezco mi corazón como pesebre, para que tu nazcas, aunque pobre por mis miserias y pequeñeces, quiero abrigarte con mi fe sincera y con mi generoso amor. Celebramos con gran alegría este acontecimiento que divide la historia en dos: antes y después de Cristo, porque deseamos que el anuncio del Ángel, así como en aquel tiempo abrigó la fría e iluminó la oscura noche en que estaban los pastores de Belén, también abrigue nuestra esperanza e ilumine nuestra vida con la gracia del Señor. Él Señor nos invita a: prepararnos para desatar los nudos de los odios y rencores buscando el perdón y la reconciliación; calentar el mundo congelado por la indiferencia y el desamor, buscando ponernos en camino para acercarnos a nuestro prójimo; vencer el egoísmo que nos encierra, saliendo al encuentro de nuestros hermanos y hermanas; luchar por levantarnos de los vicios que nos paralizan e imposibilitan para buscar la libertad de los hijos de Dios; no dejarnos engañar por el consumismo que nos quiere hacer creer que la navidad es: gula, despilfarro, vicios, discriminar, malbaratar, comprar, estrenar y desatinar. El Señor nos invita a comprender que el verdadero sentido de la Navidad es: compartir, estrechar los lazos familiares, afianzar la fraternidad y la solidaridad. Buscar la conversión. Caminar hacia Él fortaleciendo nuestra vida espiritual y descubriéndolo en los rostros sufrientes de nuestro prójimo. Vivir en el amor auténtico y verdadero que nos enseñó Nuestro amado Señor Jesucristo y nos lo testimonia el Evangelio. Celebrar la Navidad es vivir en el gozo por las buenas nuevas que nos trae el Señor: “Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia”. ¿Comprendes que es Navidad? ¿Deseas celebrarla? Vivamos el Adviento (palabra latina “adventus” que significa “venida”; para nosotros los cristianos hace referencia a la venida de Jesucristo y que en la liturgia de la Iglesia comprende las cuatro semanas que anteceden a la Navidad. “Período privilegiado para los cristianos ya que nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro”.) como una oportunidad para prepararnos espiritualmente en la fe, la esperanza y el arrepentimiento para la llegada del Señor. Para dejar que Cristo nazca y viva en nuestro corazón, en nuestra familia y en la comunidad. Trabajemos para que no sea un adviento y una navidad más, sino que sean el adviento y la Navidad de nuestra vida. Dios los bendiga. Sady Pbro. Según nos cuenta la historia, (Resumen tomado de Catholic Net) “el día 9 de diciembre de 1531, 10 años después de la conquista de México, un sencillo indio llamado Juan Diego, iba a Misa al Convento de Tlaltelolco. Al amanecer llegó al pie del Tepeyac, donde empieza a oír música que parecía el gorjeo de miles de pájaros. Muy sorprendido se paró, alzó su vista a la cima del cerro y vio que estaba iluminado con una luz extraña. Juan Diego ve a la Virgen en el cerrito del Tepeyac, quien le encarga ir a donde el Obispo para que transmita su deseo de que “levanten” una “casita sagrada” en su nombre. El indiecito acude presto ante el Obispo franciscano, Fray Juan de Zumárraga para contarle lo que ha visto y oído, pero el Obispo no le cree. Juan Diego vuelve desconsolado a narrarle a la Virgen lo acontecido, y con humildad le dice que envíe a alguien más importante para que el Obispo le crea. La Virgen lo anima y con “rigor” le ordena que vaya otra vez a ver al Obispo. El indio obedece y va, insistiéndole al Obispo el pedido de la Reina Señora y Madre. El Obispo le solicita una prueba, una “señal que pueda ser creída”. Nuevamente Juan Diego retornó a la colina, y le dio el mensaje a María Santísima, y la Virgen le dice que regrese al día siguiente en la mañana para darle la señal que pide el Obispo, pero Juan Diego no pudo cumplir con este mandato porque un tío suyo, llamado Juan Bernardino se había enfermado de gravedad, y era menester ir a socorrerlo. Por gracia de Dios, dos días más tarde, el día doce de diciembre, Juan Bernardino estaba moribundo y Juan Diego apresurado fue a traer un sacerdote de Tlaltelolco. Cuando escaló la ladera del cerro, optó ir por el lado opuesto para evitar que la Virgen lo viera pasar, ya que primero quería atender a su tío, pero con gran sorpresa vio bajar a la Virgen y salir a su encuentro. Juan Diego le pidió disculpas por no haber acudido a la cita el día anterior. Después de escuchar las palabras de Juan Diego, la Virgen le contestó: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas, esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta? No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; estate seguro de que ya sanó”. La Virgen le pide a Juan Diego que suba y recoja diversas flores en “la cumbre del cerrillo”. Juan Diego fue al cerro, cortó las flores, “las juntó”, “las puso en el hueco de su tilma” y se las llevó a su “Presencia”. La Virgen “con sus venerables manos las tomó”, depositándolas nuevamente en su ayate, con la orden expresa de entregárselas personalmente al Obispo. El indio se presentó al Obispo y al extender su “tilma” y dejar caer al suelo las flores, apareció grabada en el ayate su Amada imagen: “la perfecta Virgen Santa María de Guadalupe”. Ese mismo día, el doce de diciembre, en la madrugada, la Virgen María, en el mismo momento en que se aparece a Juan Diego, se apareció a Juan Bernardino, en Tulpletac, (en la choza donde vivía), para curarlo de la grave enfermedad que lo aquejaba. De esta forma la Virgen María bajo la advocación de Santa María de Guadalupe cumplió una de sus misiones más importantes aquí en la tierra, al dejarnos estampada para siempre su venerada imagen, y su mensaje “lleno de amor y esperanza” para todos nosotros”. Que importante que nosotros nos preguntemos: ¿debemos continuar angustiados por nuestras dificultades? o más bien en lugar de querer cargar solos con nuestros problemas, ¿No será que debemos luchar en lo que dependa de nosotros para solucionarlos y lo demás dejarlo en las manos de Dios nuestro Señor, pidiendo la maternal intercesión de la Santísima Virgen María? Dios, nuestro Señor, para expresarnos su amor maternal, constantemente se nos manifiesta a través de la Santísima Virgen, como en el caso del cerrito del Tepeyac y nos reitera que Él nos ama y nos colma de sus bendiciones y gracias. Ante las dificultades, incertidumbres y problemas, al igual que Juan Diego, nosotros hoy debemos escuchar y meditar esas consoladoras palabras de nuestra Madre Santísima, para avivar nuestra esperanza, no dejarnos sumergir por la tristeza y saber ponernos en las manos misericordiosas de Dios nuestro Señor y bajo el manto de María: “¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta?” Démosle gracias a Jesucristo que nosotros tenemos madre; que en su gran misericordia nos dejó a su Santísima Madre, como nuestra Madre. Dios los bendiga, Sady Pbro. La historia nos cuenta que “el 11 de diciembre de 1621 un grupo de puritanos conocidos como los peregrinos, cruzaron el Atlántico y se establecieron en Plymouth, Masachussets, Estado Unidos, sin recursos que les permitiera subsistir; razón por la cual más de la mitad de estos peregrinos murieron y los sobrevivientes lo lograron hasta la primavera por la ayuda de los indios Wampanoag que les ofrecieron generosamente comida, abrigo y cuidados durante el frio invierno.
Con la calidez de los Wamponoag y de la Primavera, los nuevos habitantes de estas tierras aprendieron a plantar maíz para su alimento y mientras llegaba el tiempo de cosechar, para poder sobrevivir, también fueron aprendiendo a cazar aves silvestres, entre ellas los pavos. En el otoño recogen una buena cosecha y los peregrinos con un corazón agradecido y fraternal invitan a los indios Wanpanoag a una comida como gratitud por su generosa y oportuna ayuda. Por ello en los Estados Unidos todos los cuartos jueves de noviembre las familias en un tono fraternal, de gratitud, festivo y heredado, se reúnen en torno a la mesa para celebrar el Día de Acción de Gracias o “Thanksgiving”, con una connotación religiosa. Primero se eleva a Dios Nuestro Señor, una Oración de agradecimiento por todas las bendiciones y gracias que de Él recibimos y por todas las cosas buenas que en el día a día nos suceden. Luego se ofrece la comida de agradecimiento: pavo al horno acompañado de un relleno confeccionado con pan, maíz y salvia. La celebración de acción de gracias entonces es la evocación de la comida de agradecimiento que los nobles peregrinos ofrecen a los generosos Wampanoag por la diligente ayuda, sin la cual no hubieran logrado su supervivencia. Veamos lo que Catherine Millard escribe: “en noviembre de 1623, después de recolectar la cosecha el gobernador de la colonia de peregrinos “Plymonth Plantation” en Massachusetts, declaró: “Todos ustedes, peregrinos, con sus esposas e hijos congréguense en la casa comunal, en la colina… para escuchar al pastor y dar gracias a Dios todo Poderoso por todas sus bendiciones.” En los años siguientes, el congreso de los Estados Unidos proclamó en varias ocasiones el día de acción de gracias al Todo Poderoso”. Finalmente el 1º. De noviembre de 1777 fue oficialmente declarado como día feriado: “Para solemne acción de gracias y adoración que con un corazón y en unidad de voz las buenas personas expresen sus sentimientos de agradecimiento y se consagren al servicio de su Divino Benefactor y que sus humildes súplicas plazcan a Dios, por medio de los méritos de Jesucristo. El 1 de enero de 1975, el primer presidente, George Washington, escribió su famosa proclamación de acción de gracias que dice: “nuestro deber como personas con reverente devoción y agradecimiento, reconocer nuestras obligaciones al Dios todopoderoso, e implorarle que nos siga prosperando y confirmado las muchas bendiciones que de Él experimentamos…”. El 3 de octubre de 1863, Abraham Lincoln, proclamó por carta del congreso: “El último jueves de noviembre, se contemplará como día de acción de gracias y adoración a nuestro Padre Benefactor, quien mora en los cielos. “Está anunciado en las Sagradas Escrituras y confirmado a través de la historia, que aquellas naciones que tienen al Señor como su Dios, son bendecidas. Pero nosotros nos hemos olvidado de Dios. Nos hemos olvidado de la mano que nos preserva en paz, nos multiplica, enriquece y fortalece. Vanamente nos hemos imaginado, por medio del engaño de nuestros corazones, que todas éstas bendiciones fueron producidas por alguna sabiduría superior y por nuestra virtuosidad. Me ha parecido, apropiado que Dios sea solemne, reverente y agradecidamente reconocido como en un corazón y una voz, por todos los americanos…””. En las Sagradas Escrituras leemos: “Será necesario que se fijen en ti? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿Por qué te alabas a ti mismo como si no lo hubieras recibido?” (1Co 4, 7). “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias por todo” (1Tes 5, 16-18). “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Cumpliré al Señor mis votos” Sal 116, 3-5) Los autores sagrados nos están invitando a reconocer que todo lo que tenemos lo hemos recibido del Señor, por lo tanto debemos ser agradecidos, humildes, capaces de reconocer nuestros talentos y debilidades y los dones de Dios, viviendo en sencillez, gratitud y consientes de nuestros orígenes. Es urgente que seamos más agradecidos por todos los beneficios recibidos. Que no nos dejemos llevar ni por la mentalidad de los filósofos epicúreos que decían: “comamos y bebamos que mañana moriremos”, ni por la filosofía popular de nuestro tiempo que nos invita a “darle vuelo a la hilacha”, ni por la sociedad materialista en la que vivimos que nos invita solo a consumir y ver estos acontecimientos como oportunidad de complacernos, aprovechando estas celebraciones solo para alargar las vacaciones, comer, beber y parrandear. Miremos esta celebración con una actitud de cristianos maduros. Que no nos pase como en el pasaje bíblico donde el Señor curó diez leprosos y uno solo regresó a dar gracias y el Señor dice: ¿No recobraron la salud los diez? ¿Y los otros nueve dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gloria a Dios, sino este extranjero? (Lc 17, 17). No hagamos del Día de Acción de Gracias una ocasión para el pecado por la gula, el consumismo, los vicios y el desenfreno. Hagamos del Día de Acción de gracias una bella oportunidad para agradecer y alabar a nuestro Creador por su infinito amor y misericordia y para el encuentro familiar y de amigos fomentando los valores del compartir, la unidad, la solidaridad y el servicio. Dios los bendiga, Sady Pbro. ¡HAY QUE ANUNCIAR CON GOZO LA BUENA NUEVA!“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15), son las primeras palabras de Cristo resucitado a sus apóstoles y nosotros los cristianos, discípulos del Señor, estamos invitados hoy a ir por el mundo de nuestra familia, de nuestro entorno laboral, de la Iglesia y de la sociedad donde nos movemos a “anunciar la Buena Nueva”, a decirle a nuestro prójimo que el Amor nos ama, que la Vida está viva, que Cristo Resucitado nos está esperando con los brazos abiertos y que no duda en volvernos a rescatar, porque “Él es el Camino, la Verdad y la Vida”. (Jn 14,6).
Nuestro muy querido Papa Francisco nos dice al respecto: “El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); « ¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!»” (1 Co 9,16). (La alegría del Evangelio No. 9) Si hemos tenido la gracia de haber experimentado la presencia de Dios en nuestra vida, al igual que el Ángel en el momento del nacimiento del Señor le dice a los pastores “No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor” (Lc 2, 11-12), también nosotros en el mundo en el que nos encontramos y donde predominan las noticias de maldad, de odio, de deshonestidad, de discriminación y de muerte estamos llamados a anunciar con fuerza y alegría que Cristo Resucitado está entre nosotros, que nos ama y nos espera para curar nuestras heridas, para aliviar nuestras penas, para perdonar nuestros pecados, porque Él “ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia” (Jn 10, 10). ¡Cristo nos ama! En el Evangelio según san Marcos encontramos que después de las palabras del Señor, vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio, continua: …“Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán en sus manos serpientes, y si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos”, (Mc 16, 116-18). Recordemos que en octubre celebramos el DOMUM: Domingo Mundial de las Misiones, oportunidad especial que nos recuerda que nosotros somos misioneros, que debemos anunciar el Evangelio, devolviendo la esperanza a los desesperanzados, liberando a nuestro prójimo del mal espíritu del pesimismo, resucitando a los que están muertos por la tristeza y hablando la nueva lengua del amor, de la vida y de la esperanza; en otras palabras, convirtiéndonos en aquellos que invitamos a nuestro prójimo, como nos dice el Santo Padre Francisco en la ya citada exhortación apostólica la alegría del Evangelio (No. 3) a “renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. A que adviertan que éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor…Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!”. ¡Hermano, hermana: Cristo te ama infinitamente! Tengamos presente lo que nos insistía San Juan Pablo II: “Cristianos, ya se nos llegó la hora… No tengamos miedo… La fe se fortalece dándola”. Salgamos de nuestro egoísmo, para ir hacia el otro a anunciarle la Buena Nueva, a decirle con convicción y alegría: hermano, hermana, Cristo te ama. Dios los bendiga, Sady Pbro. Diagnostico: ¡Carencia de Espiritu!Queridos hermanos y hermanas: vivimos en un mundo muy secularizado y dado a los placeres donde se le da mucho espacio e importancia a la material y dejamos de lado el Espíritu; todo esto se refleja en nuestras vidas: muchos proyectos, pedagogía, métodos, medios, redes sociales, formas y ausencia de Espíritu, de sentido común, principios y raíces; necesitamos asumir convicciones estables, claras y profundas. Cantidad de acuerdos, mensajes, noticias acomodadas; muchos esfuerzos y cansancios, noches largas de trabajo y pocos resultados. Necesitamos escuchar al Señor, ser dóciles a su Santo Espíritu; necesitamos tirar las redes al derecho y en su nombre; sin su gracia no lograremos nada bueno. Necesitamos espiritualizar nuestra vida; nuestra vida debe tener Vida! ¡Necesitamos ponerle alma al cuerpo, debemos darle espacio a quien nos dio el espacio! Necesitamos vaciarnos de nosotros mismos para colmarnos del Espíritu de Dios. ¡Vasta de vivir en el vacío y en el sinsentido de nuestra vida! Vivimos en un mundo con muchas posibilidades, con grandes adelantos científicos y tecnológicos, obra de Dios, pero, ¿los sabemos usar? Nos estamos quedando en las cosas pero sin Dios. Perdemos el sentido de lo material, usamos los medios como metas y fines y nos hacemos daño. Nuestra vida necesita dar espacio al Espíritu, sin Él nos estamos asfixiando. Auxilio… Oxígeno… La rama que no está unida al tronco se seca, no da fruto. El miembro que no está unido al cuerpo se muere, empieza a oler a feo. El ser que no está en intima comunión con su Creador pierde su sentido, su finalidad; sus obras son de muerto, sus frutos son amargos y ya no agradan. Necesitamos dejar que corra por nuestras venas la Sabia, el oxígeno del Espíritu de Dios para tener Vida y dar buenos frutos. Por el Bautismo y los demás Sacramentos nos convertimos en Templos del Espíritu Santo, en Tabernáculos que permiten sentir la presencia de lo que no se ve pero sabemos que está ahí. Padecemos de ansias de poder, de placer y de tener; tenemos poco interés por ser. ¿Quizás sentimos desprecio por la obediencia, la mortificación y el aprender a bastarnos con lo que tenemos; no será carencia de Espíritu? Muchos deseos de aparecer y “hacer”, pero poco o nada de aprecio por el ser, por saber ser, por aprender a vivir. Reflejo de carencia del Espíritu en nuestras vidas. Nos preocupamos mucho por “hacer cosas para Dios o en su nombre y olvidamos hacer lo que Dios quiere”. Corremos para un lado y para otro buscando la felicidad y nos olvidamos de nuestra familia, de nuestra vida interior, olvidamos que la felicidad verdadera solo nos la puede dar el Espíritu de Dios. Olvidamos contemplar, escucharnos, escuchar, conocer y conocernos. Necesitamos del Espíritu. La luz que señala como se encuentra el tránsito en el mundo, está en rojo, nos está diciendo: “peligro, pare, bájele a la velocidad y busque el camino correcto; déjese guiar por “los signos de los tiempos”, necesitas a Jesucristo, no son suficientes tus fuerzas y tus destrezas. Necesitas de las fuerzas y las gracias que vienen del Santo Espíritu. Solos no entendemos las señales, nos perdemos, necesitamos subir a Getsemaní, doblegar nuestra altivez, hacerle violencia a nuestros caprichos y autosuficiencia y ser dóciles a la voluntad de Dios. Necesitamos vivir el Pentecostés del día a día para no dejarnos emborrachar con los aplausos y vivas de los domingos de palmas, ni exasperarnos por los improperios, silencios, ausencias y tardanzas de los viernes de pasión. En todo abrámonos al Espíritu de Dios, así lograremos ver mejor el mundo y vivir más felices. Dios los bendiga, Sady Pbro. El Valor De La Responsabilidad Como personas inmersas en una sociedad preocupémonos por construir nuestra vida y ayudar a construir la vida de los que están en relación con nosotros, o bajo nuestra responsabilidad, sobre una escala de valores auténticos, en un sentido general. Desde la dimensión espiritual debemos hablar de una escala de valores, principios y virtudes cristianos como fundamento sobre el cual se edifica una sociedad bien estructurada donde se procura el amor, la verdad, la justicia y la paz.
Uno de esos valores fundamentales para tal fin y que hoy queremos enfatizar es la responsabilidad. Entonces preguntémonos: ¿Qué es la responsabilidad? “La responsabilidad es una virtud que nos lleva a asumir las consecuencias de nuestros actos, resultado de las decisiones que tomemos o aceptemos. Ser responsable significa obedecer: obedecer a Dios y a Sus leyes, a la propia conciencia, obedecer a las autoridades, sabiendo que esa obediencia no es un acto pasivo, sino es la libre respuesta a un compromiso, a un deber. Ser responsable implica tener que rendir cuentas, no solo aguantar las consecuencias de la propia actuación”. Somos responsables de nuestros actos porque Dios nos ha creado a su imagen y semejanza: inteligentes, libres y capaces de amar y con nuestra inteligencia y libertad podemos asumir o rechazar una acción, haciéndonos por esto responsables de nuestras decisiones. El Catecismo de la Iglesia Catolica en el numeral 1730 nos dice: “Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios ‘dejar al hombre en manos de su propia decisión’ (Si 15,14.), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección”(GS 17): El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos. (S. Ireneo, haer. 4, 4, 3). De otra manera, don Amado Nervo en su poema “en Paz”, nos dice que nosotros somos responsables de las alegrías o las penas, de los éxitos o fracasos de nuestra vida: ‘Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje la miel o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas”. Recordemos que nosotros somos co-creadores, seres en proyecto, no estamos acabados, sino que nos vamos haciendo día a día. El citado Catecismo de la Iglesia Catolica en su numeral 1736 nos dice: “Todo acto directamente querido es imputable a su autor: Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: ‘¿Qué has hecho?’ (Gn 3,13). Igualmente a Caín (cf Gn 4, 10). Así también el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste (cf 2 S 12, 7-15)”. A veces irresponsablemente no asumimos las consecuencias de nuestras acciones, al igual que en el paraíso, e iniciamos el juego de pelota, lanzándole la responsabilidad a los demás, sin asumir con entereza la nuestra: “fue la mujer que me diste como compañera, fue la serpiente”, etc. Buscamos excusarnos de nuestras faltas detrás de responsabilidades ajenas. Es muy importante que se inicie a labrar el valor maravilloso de la responsabilidad desde la niñez, en el seno del hogar, pequeña Iglesia doméstica, y en la escuela, cuna de la sabiduría y donde se debe enseñar a vivir. Se debe enseñar a la niñez y a la juventud a asumir responsablemente sus acciones y la construcción de su vida. Si no le va bien en el estudio no es por culpa de los demás; si perdió una prueba no fue porque la maestra es mala, no lo quiere, le tiene cargadilla, sino porque no estudió, no asumió sus deberes, gastó el tiempo en las redes sociales o mirando televisión y por eso no estaba preparado y reprobó. No causó indisciplina porque sus amigos lo indujeron, sino porque no tuvo el valor de pensar lo que debía hacer correctamente. No llegó tarde porque sus hermanos se demoraron en el baño, o porque iban muy despacio en el auto, sino porque se trasnochó y le costó levantarse temprano. Necesitamos tomar conciencia de la necesidad de asumir responsablemente nuestras acciones, seguros que dependiendo de la madurez con que actuemos vamos a obtener los resultados para nuestra vida y la transformación de la sociedad. Próximos al regreso a la escuela, quiero saludar a los estudiantes plagiando con el poeta: Se acabaron las risueñas y amables vacaciones, los libros y lecciones ya vuelven a tomar y alegres como abejas que beben de las flores, regresen jovencitos a la escuela a estudiar. Dios los bendiga, Sady Pbro. ¿TEORÍAS DOCTRINALES, CONOCIMIENTOS |
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