Semillas De Esperanza “A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró donde ella estaba, y le dijo: –¡Te saludo, favorecida de Dios! El Señor está contigo. Cuando vio al ángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: –María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo: y Dios el Señor lo hará rey, como a su antepasado David, y reinará por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin” (Lc 1, 26-33).
Con lujo de detalles San Lucas en el pasaje del Evangelio que acabamos de leer, nos narra como Dios en su infinito amor, pensando en nuestro rescate, envía a Su Hijo Primogénito, el que estaba junto a Él, desde siempre, en la Gloria eterna. “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (Fl 2, 6-7). Esto quiere decir que Dios se tomó en serio y con gran derroche de generosidad, el venir hasta nosotros a través de su Hijo Jesucristo. Jesús, obediente por amor, se pone en camino, no se ahorra ningún esfuerzo, no escatima el desprendimiento de su comodidad, no vacila por temor a los riesgos altos y los desafíos fuertes por los que pasará por nuestro bien. Dios realiza todo un plan salvífico para nuestro bien. Ese plan es grande e implica amor, generosidad, fidelidad, anonadamiento y donación absoluta. Nosotros debemos responderle a Dios de la misma manera, ante los desafíos del momento presente; no podemos acostumbrarnos al aislamiento de Dios en la vida sacramental, ni en la oración y las prácticas de piedad y caridad. “Necesitamos volver con alegría a la Eucaristía” y a la recepción de los demás sacramentos. Es cierto que debemos ser bien prudentes, por lo que debemos observar todos los protocolos de bioseguridad, pero no podemos acostumbrarnos a la vida de piedad, litúrgica y sacramental virtualmente. A veces me pregunto: ¿Por qué no nos da miedo ir al mercado, a la tienda, al banco, al restaurante a lugares públicos donde en repetidas ocasiones hay conglomeraciones? Y ¿Por qué a la Iglesia, donde se cumplen estrictamente, y mejor, los protocolos de bioseguridad, nos da miedo ir? ¿Por qué nos estamos acostumbrando a ver la Eucaristía virtualmente y no volvemos a nuestros Templos? El Señor Jesús no nació virtualmente. Vino a nosotros a través del misterio de la encarnación y ahora nacerá sacramental y espiritualmente en nuestro corazón. Él se puso en camino a través del gran misterio de la Encarnación en esa larga jornada desde el cielo hasta la tierra, nosotros pongámonos en camino desde y con nuestra familia para permitir que el Niño Dios nazca en nosotros a través de la Celebración de la Eucaristía y el Sacramento de la reconciliación. Necesitamos ponernos en camino al encuentro con Jesús a través del encuentro con los pobres, de las obras de misericordia, de la solidaridad, del perdón, de la conversión y de la vida en el Espíritu. ¡” Volvamos con alegría a la Eucaristía”! ¡Vivamos nuestra vida cristiana con fe, esperanza y alegría! Cristo que es la Vida misma, no tuvo ningún reparo en entregar su vida en rescate de nuestra vida, y nos dice: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?” (Mc 8,35-36). Cumplamos estrictamente todos los protocolos de bioseguridad y así como salimos a otros quehaceres cotidianos ¿Por qué no volvemos al Templo a la celebración de la Eucaristía? El Cardenal Robert Sarah, prefecto de la congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en carta remitida a las conferencias episcopales de todo el mundo nos dice: “La Iglesia continuará protegiendo la persona humana en su totalidad. Ésta testimonia la esperanza, invita a confiar en Dios, recuerda que la existencia terrena es importante, pero mucho más importante es la vida eterna: nuestra meta es compartir la misma vida con Dios para la eternidad”. Navidad es encuentro, perdón, reconciliación, amor, unidad, compartir, abrir el corazón a Dios y a mi prójimo. Navidad es limpiar mi corazón del pecado, preparar mi corazón como pesebre para que nazca Dios. Navidad es alegría, fraternidad, justicia y paz. Navidad es permitir que Dios llegue hasta nosotros. No nos privemos de todos y de todo lo que nos acerca al Señor y nos permite experimentar la luz de su presencia resplandeciente y gozosa en nuestra vida. ¡Navidad es Dios con nosotros y nosotros con Dios! ¡Feliz y bendecida Navidad! Atento y fraternal saludo y mi oración y mis mejores deseos porque tengan un próspero y bendecido año nuevo 2021, Sady Pbro. |
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