“El Adviento es el tiempo litúrgico de alegre esperanza que consta de cuatro semanas de preparación para la navidad y que nos recuerda el encuentro trascendental que compromete toda nuestra vida: el encuentro con Cristo, que vino hace dos mil años y que vendrá glorioso al final de los tiempos, pero que viene constantemente a nosotros, en su Palabra y en sus Sacramentos”. Esto nos exige permanecer en vigilante espera y asumir diariamente la conversión, para poder descubrir su presencia real y palpitante en nuestras vidas. Adviento es el maravilloso tiempo que nos ofrece la Iglesia, en espera del Señor. Personajes del Adviento: Punto de referencia: Jesucristo. “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Ap 22,13). De Él venimos y a Él volvemos. Le da sentido y consistencia al Adviento, a la Navidad y a nuestra fe. La figura de la espera: el Profeta Isaías. “Preparad el camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale” (Is 40, 3-4). Se convierte en el profeta más citado en el Nuevo Testamento, en cuanto que frecuentemente vaticina sobre la gloria del Mesías y de los sufrimientos del siervo de Yahveh, como medios salvíficos y de alegre esperanza para el pueblo. El Papa Benedicto XVI en el Ángelus de diciembre 12 de 2010, nos dice al respecto: “El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra del Señor y, mientras los hombres buscan a menudo la felicidad por caminos que resultan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no falla porque tiene su fundamento en la fidelidad de Dios”. La figura de la preparación: Juan el Bautista. “Juan vio a Jesús que venía a su encuentro, y exclamó: “ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Es el último profeta de Israel por lo que resulta siendo el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre las promesas y su cumplimiento. Constantemente anuncia el Reino y llama a la conversión, acompañado de ascetismo, austeridad y oración en la soledad del desierto, por lo que se puede advertir en él la encarnación del espíritu de Adviento. La figura de la esperanza y Madre del Salvador: La Virgen María. “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mi tal como has dicho” (Lc 1, 38). En LG 55 encontramos que en María confluyen las esperanzas mesiánicas del A.T. el Papa Benedicto XVI en el Ángelus de noviembre 28 de 2010 la llama “Mujer del Adviento”, en cuanto que confía en el cumplimiento de las promesas de Dios, se dispone a aceptar su voluntad y a recibirlo en su ser en oración silenciosa y ferviente, con profundo amor y con santa alegría. Consientes que el Adviento de una manera eminente tiene como referencia a Cristo, no se contrapone a que profundicemos en el culto a la Santísima Virgen María. La figura de la contemplación y el silencio: San José. “Y José su marido, siendo un hombre justo y no queriendo difamarla, quiso abandonarla en secreto” (Mt 1, 19). Junto a María vivió en silencio y en ferviente espera el tiempo del nacimiento de Jesús. ¿Por qué lo contemplamos como un personaje importante del Adviento? El Papa Benedicto XVI en el Ángelus de diciembre 18 de 2005 nos dice: “a través de él (José), el Niño resultaba legalmente insertado en la descendencia davídica y así daba cumplimiento a las Escrituras, en las que el Mesías había sido profetizado como “hijo de David””. Por otra parte, dice el Papa, “cuando la Escritura llama “justo” a José quiere decir, ante todo, que es un hombre de fe, que ha acogido en su vida la Palabra de Dios y su proyecto sobre él. Como Abrahán, ha renunciado a sus seguridades y se ha puesto en camino sin saber adónde iba, fiándose de Dios”. Recordándonos con esto, el Santo Padre, que José es “modelo del hombre “justo”, en cuanto que en él se anuncia el hombre nuevo que mira con fe y fortaleza al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía a la infinita misericordia de Aquel que cumple las profecías y abre el tiempo de la salvación”. El mensaje central del adviento: Dios viene. Necesitamos estar Vigilantes: “Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 42). Nos urge estar firmes, atentos, despiertos, en marcha. Con el Señor el Reino de los cielos ya está cerca: con Él viene la justicia y la salvación para el pueblo, necesitamos emprender el camino de la conversión. ¿Por qué el Señor no nos reveló el momento en que viene a cada uno de nosotros? ¿Por qué nos llega de sorpresa? Nuestra preocupación no ha de ser como y cuando; más bien, ¿Qué tan preparados estamos? Lo fundamental es estar en vela, no dejarnos sumergir en el sueño de la despreocupación y la indiferencia, no dejarnos arropar por las tinieblas de las malas acciones y el pecado. Debemos estar en marcha hacia el monte de la salvación de las buenas obras, del amor a Dios y al prójimo y de los valores y virtudes cristianos. El no saber ni el día ni la hora en que vuelve el Señor a cada uno de nosotros nos debe disponer a estar vigilantes y a “saber aceptar la ley de la insignificancia humana: esto es que después de mi muerte el sol seguirá brillando y la historia palpitando, es decir todo seguirá igual como si nada hubiese sucedido. Hace un siglo nadie sabía de mí. Dentro de un siglo nadie sabrá de mí. Entonces, ¿Qué soy? ¿un relámpago entre dos eternidades?” (P. Larrañaga). Debo reflexionar sobre la trascendencia humana: vine de Dios y debo volver a Él. Debo estar vigilante, atento, bien dispuesto para cuando Él vuelva. Caminemos alegres al encuentro del Señor, que viene. Dios los bendiga, Sady Pbro. |
KWMC
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