Habiendo vivido la Cuaresma con actitud de buenos cristianos, dispongámonos a celebrar el Misterio Pascual de nuestro Señor Jesucristo, conscientes que Él nos hace participes de su victoria. El pueblo judío celebraba la pascua recordando el Paso del mar Rojo y la liberación de la esclavitud egipcia. Recordaban cómo Moisés les había dicho: “El Señor pasará para herir a los egipcios; y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes de la puerta, el Señor pasará de largo aquella puerta, y no permitirá que el ángel destructor entre en vuestras casas para heriros” (Ex 12, 23). Nosotros los cristianos católicos celebramos la Pascua como el Misterio Pascual, conmemorando la Vida, la Pasión, la Muerte, la Resurrección y la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, actualizando en el aquí y en el ahora este acontecimiento trascendental con el que Cristo nos rescata del pecado y de la muerte y nos hace participes de la nueva vida. “Si Cristo no resucitó de nada le sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los seres. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero y primicia de los que se durmieron. Un hombre trajo la muerte, y un hombre trae también la resurrección de los muertos”. (1 Cor 15, 17-21). Celebramos la Pascua como paso de la esclavitud del pecado a la vida de la gracia, como paso de la muerte a la vida, como paso de la vida meramente material a una vida trascendental en la que caminamos hacia la salvación. Conmemoramos como el Señor en el madero de la cruz derramó su sangre preciosa por nuestra salvación y se levantó victorioso del sepulcro para hacernos partícipes de su victoria. Con la Pascua evocamos la sangre del nuevo pacto: “Cristo, en cambio, vino como sumo sacerdote que nos consigue los nuevos dones de Dios, y entró en un santuario más noble y más perfecto, no hecho por hombres, es decir que no es algo creado. Y no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino por medio de su propia sangre, entró al Lugar Santísimo una vez para siempre, habiendo obtenido redención eterna. Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros, y la ceniza de la becerra rociada sobre los que tienen alguna culpa, les dan tal vez una santidad y pureza externa, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo?” (Hb 9, 11- 14). Hemos sido rescatados a precio de sangre y no de cualquier sangre, sino de la Sangre preciosa de nuestro Salvador y Redentor Jesucristo. Procuremos vivir una vida nueva, dándole muerte al pecado: a los odios, a la discriminación, a las pasiones, a los vicios, al chisme, al materialismo, a la prepotencia, al relativismo, a la incredulidad, a la indiferencia, a la injusticia, a la idolatría y emprendamos una vida nueva. Ofrezcámosle al Señor y a nuestro prójimo las flores frescas de nuestras virtudes, la luz radiante de la verdad, las armoniosas melodías de nuestras buenas obras y la cruz victoriosa de nuestra conversión. Hagamos de esta Pascua una oportunidad especial para abrir nuestro corazón al amor de Dios y de nuestros hermanos y hermanas y para saber dar amor a todos. Eso es celebrar la fiesta de la Resurrección. Preocupémonos porque esta no sea una Pascua más en nuestra vida, sino que sea la Pascua de nuestra vida, en la que Resucitemos a la fe, a la esperanza y al amor. Preocupémonos por participar en la Cincuentena Pascual, de tal manera que nos lleve a caminar con el Resucitado y a poder cantar con nuestras obras: ¡Aleluya, Cristo Resucitado ilumina mi existencia y transforma todo mi ser! ¡Felices Pascuas de Resurrección! Atento Saludo en el Señor Resucitado. Sady Pbro. |
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