Como fruto de nuestra cultura machista, vengativa y dura nos hemos hecho a la idea de un Dios distante, vengativo, castigador, malo, que provoca miedo, pero la realidad es otra. Nuestro Dios, el Dios de los cristianos es el Dios del amor, el Dios del perdón y de las misericordias.
Dios nuestro Padre y Creador nos ama infinitamente, hasta el punto que nos envió a su propio Hijo, “quien a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. (Fil 2, 6-11). Dios Padre nos ama a todos, incondicionalmente, pero nos ama a cada uno particular y personalmente, así como somos, con nuestros aciertos y desaciertos y nos ama no porque seamos buenos, sino porque Él es bueno. Dios nos ama, así como somos, no para dejarnos sumergidos en nuestros problemas y dificultades sino para darnos la mano y ayudarnos a salir de los conflictos, respetando nuestra libertad. Según la realidad de cada uno se hace presente entre nosotros y nos ofrece su cariño y su presencia reconfortante, según la necesidad que tengamos. El amor de Dios lo llevó a crearnos a cada uno a su imagen y semejanza y nos hizo únicos e irrepetibles, Él nos creó en serio, no en serie. Nos pide que nos dejemos amar por Él y que seamos capaces de amar a nuestro prójimo, pues el amor es la máxima expresión de nuestro ser cristiano. Al reflexionar sobre el amor, desde el punto de vista cristiano, no podemos, dejar de lado lo que el Apóstol Pablo nos dice al respecto: “El amor es sacrificado, es comprensivo; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.” (1 Cor 13, 4-8). Nosotros los cristianos, creación del Amor, necesitamos ser una réplica y prolongación de Dios, fuente y cumbre del amor. Si amamos es una correspondencia al amor incondicional e infinito que Dios nos tiene. La Sagrada Escritura nos invita a mantenernos en el amor de Dios. Si amamos a Dios y a nuestro prójimo nos esforzaremos por obrar pensando en el bien de los demás, no buscaremos complacernos a nosotros mismos, sino que nos preocuparemos por la felicidad y el bienestar de los demás. El verdadero amor nos llevará a vivir en la fidelidad, en el respeto a nosotros mismos y a los demás, a apartarnos de los vicios, a valorar a las personas por lo que son, a perdonar, a ser tolerantes, a no quitarle lo que le corresponde a los demás, a no mentir, a no envidiar a los demás por sus éxitos y sus bienes. El verdadero amor, como dice Pablo, “consiste en alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran” (Rm 12,15). Al hablar del amor, podemos caer en el peligro de un romanticismo vacío y frívolo. Necesitamos convencernos que para amar verdaderamente es necesario esforzarnos para ofrecerle felicidad y bienestar a los seres amados, hasta el extremo de entregar nuestra propia vida, al estilo de Cristo, para que los otros “tengan vida y vida abundante” (Jn 10,10). Dios los bendiga, Sady Pbro. |
KWMC
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