Queridos hermanos y hermanas: el Señor Resucitado nos invita a poner nuestra mirada, a escucharlo y a confiar en Él; nos invita a ser constructores de la “nueva civilización del amor”. Nos invita no solo a cumplir los diez mandamientos de la ley de Dios, sino a recibir un nuevo mandamiento: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 13, 35a). Según el mismo Señor, nuestro principal distintivo como cristianos ha de ser el amor, amor que se haga servicio, entrega y generosidad y que nos lleve a inclinarnos hasta nuestro prójimo, descubriendo sus alegrías, penas y esperanzas, poniéndonos en camino para salir oportunamente a su encuentro para ayudar, comprender, curar y acompañar. “Y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos” (Jn 13, 35b).
El Señor nos invita a amar pero no de cualquier manera, nos invita a amar como Él nos ama. Amar dando la vida por el prójimo, asumiendo los cansancios, los sacrificios, los esfuerzos y los sufrimientos, siendo capaces de renunciar a mis ratos de descanso, a lo que a mí me gusta, a lo que a mí me parece, para poder hacer feliz, darle mejor vida, consolar, ayudar al otro y así, hallar descanso, alegría, felicidad y plenitud en la existencia. El Señor nos invita a amar generosamente dando y dándonos, a su estilo, que no solamente nos lo dio todo, sino que se nos dio todo, totalmente, sin ahorrarse ni una sola gota de sangre por amor a nosotros y para nuestra salvación. El amor del que nos habla y enseña el Maestro de Galilea no es calculador, ni frio; no es egoísta. Este amor generoso que nos pide el Señor no conoce ni la resta ni la división, solo opera con la suma y la multiplicación. Nos llama el Amor de los amores, Jesucristo nuestro Dios y Señor, a que amemos sirviendo y a que sirvamos amando. Nos invita a comprender que nuestra vida tiene sentido en la medida que seamos capaces de servir a nuestros próximos; servir no con actitud filantrópica o interesada o con deseos de reconocimiento y aplausos o para ganar puntos o para quedar grabado en la historia, sino con una actitud generosa, solidaria y decidida porque hay ternura y compasión en nuestro corazón. Debemos servir en el hogar, en el trabajo y en la comunidad, no con actitud sevilista, sino con actitud de ofrenda generosa. Debemos servir no solo en cosas grandes e importantes, el servicio por sencillo que sea no denigra la dignidad de la persona sino que la engrandece. Por ello si en el hogar o en cualquier otro lugar es necesario lavar unos platos, barrer, cocinar, limpiar los baños, recoger la basura, no debo esquivarme, debo comprender que estos trabajos no corresponden a una persona específica sino que en algunas eventualidades los puede realizar el que esté más disponible. El Maestro nos enseña a inclinarnos al otro para lavarle los pies. La invitación es a amar sirviendo y a servir amando. Amándonos, como el Señor nos enseña, vislumbraremos “el cielo nuevo y la tierra nueva”, el Reino de los Cielos, que empezaremos a ganarnos y a disfrutar desde ahora cuando aún tenemos los pies sobre la tierra. Si sabemos vivir en comunión y fraternidad como miembros vivos de la Iglesia peregrina, gozaremos de las alegrías eternas en el cielo. Continuemos la marcha con el ojo bien abierto y el oído bien agudo poniendo nuestra mirada en el Señor a quien debemos escuchar y seguir con decisión, esperanza y emoción. Dios los bendiga, Sady Pbro. |
KWMC
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