Es una gran bendición el que nuestra fe nos lleva a comprender que Cristo resucitó y nos hizo participes de su victoria; el Apóstol Pablo nos lo recuerda de una manera hermosa: “Devorada ha sido la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?”. Eso es lo que celebramos los cristianos con la Pascua. “Si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también vuestra fe”. “Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los más dignos de lástima”. “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Pero porque Cristo ha resucitado la naturaleza se viste de fiesta y grita de contento con el reverdecimiento de los campos, el surgimiento de los nuevos brotes y la gala de flores multicolores que nos hacen comprender que hasta los seres que no tienen voz expresan de diversas maneras que entienden y palpitan de alegría por los misterios de la Vida y por el don inapreciable de la Resurrección. Entra la primavera, brota la vida, reverdecen los campos. ¡Celebramos el misterio de la Resurrección! Por la grandeza de la Pascua la Iglesia la celebra prolongadamente: “El tiempo pascual comprende cincuenta días, vividos y celebrados como un solo día: “los cincuenta días que median entre el domingo de la Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran domingo y se celebra al final de los cincuenta días la fiesta de Pentecostés: el don del Espíritu Santo. Ya en el siglo II tenemos el testimonio de Tertuliano que habla de que en este espacio no se ayuna, sino que se vive una prolongada alegría. La liturgia insiste mucho en el carácter unitario de estas siete semanas”. La Resurrección de Cristo es el misterio central que celebramos los cristianos y que le da sentido a nuestra fe, ya que nos rescata de la muerte causada por el pecado y nos permite participar de la alegría, de la victoria y de la esperanza, eso es lo que el Apóstol Pablo en la Primera Carta a los Corintios en el capítulo 15, que hemos venido contemplando en esta reflexión nos dice de una manera tan clara y esperanzadora: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, la primicia; luego los que son de Cristo en su venida; entonces vendrá el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, después que haya abolido todo dominio y toda autoridad y poder. Pues Cristo debe reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies, y el último enemigo que será abolido es la muerte”. Vivamos como hombres nuevos, sintiendo la alegría de la vida nueva y recibiendo lo que Cristo nos participa: La Victoria sobre el pecado y la muerte, vivamos conscientes de lo que somos y a qué precio hemos sido rescatados. Dios los bendiga. Sady Pbro. |
KWMC
|