Hemos iniciado el camino cuaresmal con la imposición de la ceniza como símbolo de nuestra humanidad caduca, limitada, corruptible, perecedera, en la que también se anida una chispa de esperanza, en la que después de quemar el pecado que nos inhabilita podemos reiniciar una vida renovada con la gracia de Dios. Nos hemos puesto ceniza reconociendo nuestro pecado, pero también como compromiso de iniciar un itinerario de arrepentimiento y conversión. Queremos caminar estos cuarenta días desde el miércoles de ceniza hasta el Jueves Santo, antes de la Misa Vespertina de la Cena del Señor, como camino de preparación en el que vivamos la conversión, cambiando actitudes, sacando la basura del pecado que afea nuestra vida y purificándonos para vivir el Triduo Pascual (Celebración de la Pasión, muerte y Resurrección del Señor) no solo como una realidad litúrgica, sino como un ‘acontecimiento de vida que implica mi vida’, que me permite morir al pecado y resucitar con Cristo a una vida nueva. Los cristianos católicos conscientes de la grandeza del Misterio Pascual de Jesucristo para nuestra vida, nos preparamos durante cuarenta días, recordando que el pueblo de Israel caminó cuarenta años por el desierto, (sinónimo de escasez, silencio, penitencia, hostilidad, sequedad) para llegar a la tierra prometida en busca de la liberación. También evocando los cuarenta días en los que Moisés permanece en el Sinaí, en ayuno y Oración para recibir las Tablas de la Ley. Al igual que cuarenta días y cuarenta noches permanece Jesús en el desierto abandonando los ofrecimientos del mundo para estar en íntima comunicación con su Padre en Oracion, ayuno y penitencia y así prepararse para el gran combate de nuestra salvación. Solo en profunda comunión con Dios, en silencio orante, haciendo penitencia y buscando entrar dentro de nosotros mismos para conocernos mejor y saber que necesitamos cambiar, de que nos debemos convertir, solo así podemos tener la claridad y fortaleza, por la gracia de Dios, para rechazar la mentira con que el maligno enemigo nos quiere tentar para engañarnos y aniquilarnos. Nos vamos a preparar conscientemente en oración, austeridad, penitencia y caridad para convertirnos, muriendo al pecado y participando de la Victoria de Cristo, resucitando fuertes a la vida de la gracia. Queremos valorar la invitación que nos hace nuestra Madre Iglesia en este sagrado tiempo de cuaresma, de practicar el ayuno y la abstinencia, como una oportunidad maravillosa para sabernos dominar y doblegar, comprendiendo que “el que elige excluye” y que entonces renunciamos no por solo renunciar y quedarnos vacíos, sino que en nuestra vida de cristianos debemos aprender a renunciar a lo secundario para elegir lo fundamental. Haremos penitencia, ayunaremos y nos abstendremos como signo de que somos dueños de nuestros actos y decisiones y nos esforzamos y luchamos porque queremos superarnos, ser mejores personas, buenos ciudadanos y auténticos cristianos; renunciamos a lo menos importante para buscar lo superior, lo que nos lleva a la estabilidad, a la plenitud, a vivir en los valores y principios. Nos vaciamos de lo que ya huele a feo, de lo que no nos sirve, de lo que no nos deja estar tranquilos y en paz y le quita espacio a lo fundamental, a la verdadera felicidad y les hace daño a los demás. No renunciamos solo por renunciar, no nos abstenemos solo por abstenernos; ¡esto no tiene sentido! Si yo saco de mi casa los muebles de las recamaras, de la sala y del comedor, es porque conseguí otros mejores que me darán mejor comodidad y me hacen sentir más confortable. Si pretendo entrar nuevos muebles a mi casa y no saco los que ya hay, los que están dañados, no puedo entrar los buenos; si vacío la casa para entrar buenos muebles, esta se verá mejor y me podre sentir más confortable. Así en mi vida espiritual: “No se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hace que los odres revienten, y tanto el vino como los odres se pierden. Por eso hay que echar el vino nuevo en odres nuevos”. (Mc 2, 22). No vacilemos de hacer de esta cuaresma un camino de conversión a través de la oración, el ayuno y la práctica de la caridad, para encontrarnos con Cristo Resucitado que nos hace partícipes de la victoria de su Resurrección invitándonos a una vida renovada en su gracia. Él es el vino nuevo que nos pide que seamos vasos nuevos. Él es el Superior y el fundamental, a quien elegimos, y por quien debemos renunciar a lo secundario. Dios los bendiga. Sady Pbro. |
KWMC
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