“Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de los descendientes de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel, le dijo: “¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo.”” (Lc 1, 26-28). No podemos desconocer la grandeza de la Santísima Virgen María en la historia de la salvación advirtiendo que Dios mismo, según los Evangelios, nos la presenta como la llena de gracia, la escogida para cumplir una misión especial. El evangelista Lucas la trae a escena en los siguientes momentos: en la Anunciación (“¡Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo.” (Lc 1, 28)), la Visita a Isabel (“¡Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor?” (Lc 1, 42-43)), el Nacimiento de Jesús (“Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor” (Lc 2, 11)), la Presentación de Jesús en el Templo (“A ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2, 35)) y la pérdida de Jesús y su hallazgo en el templo (“Su madre le decía: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?””(Lc 2,48)). En el concilio de Éfeso, en el año 431 de nuestra era cristiana, fue proclamada dogmáticamente la gran verdad de que María es Madre de Dios. Y ahora nos podemos preguntar: “¿Cómo puede ser María la madre de Dios, si Dios ya existía antes de que ella naciera?” “Madre” es la mujer que engendra. Se dice que es madre del que ella engendró. Como nos lo explica uno de los cuatro dogmas marianos: el dogma de la maternidad divina “si aceptamos que María es madre de Jesús y que Él es Dios, entonces María es Madre de Dios. María no es madre del Hijo eternamente. Ella comienza a ser Madre de Dios cuando el Hijo Eterno quiso entrar en el tiempo y hacerse hombre como nosotros. Para hacerse hombre quiso tener madre”. También en Gálatas 4, 4 encontramos esta hermosa afirmación: “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”. Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios, por ende María es madre de Jesús, Dios y hombre verdadero”. Entonces, María es Madre de Dios, no porque lo haya engendrado en la eternidad sino porque lo engendró hace 2019 años cuando Dios Padre quiso que su Eterno Hijo viviera el misterio de la Encarnación. Tengamos presente que “Dios no necesitaba una madre pero la quiso tener para acercarse a nosotros con infinito amor y para enseñarnos la grandeza de la familia. Dios es el único que pudo escoger a su madre y, para consternación de algunos y gozo de otros, escogió a la Santísima Virgen María quién es y será siempre la Madre de Dios”. La solemnidad de la “Theotokos” o la Madre de Dios se celebra en la Iglesia el 1º. de Enero. También San Pablo VI, dirigiéndose a los padres conciliares del Vaticano II, declaró que María Santísima es Madre de la Iglesia. “La Virgen María es la Madre de todos los hombres y especialmente de los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, desde que es Madre de Jesús por la Encarnación”. El evangelista Juan nos la presenta como Madre intercesora cuando Jesús hace su primer milagro a petición de ella, en Caná de Galilea (“Pero su madre dijo a los sirvientes: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5)). Y en la cruz, el mismo Señor Jesús, antes de morir, nos da a su Madre por Madre nuestra en la persona de Juan y el discípulo la acogió como Madre. (“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 25)). Nosotros también debemos tener la misma actitud del discípulo amado. La Virgen María se destaca como intercesora ante su Hijo y es proclamada como “Madre de la Iglesia”, es decir, “de todos los cristianos”, figurados en la persona de Juan. ¿Por qué María es Madre de la Iglesia? “María es Madre de la Iglesia porque, al ser Madre de Cristo, Cabeza, es también madre de los fieles y de los pastores, cuerpo de la Iglesia, que forman con Cristo un solo Cuerpo Místico. El Papa Francisco establece la memoria de “María, Madre de la Iglesia” el 11 de febrero de 2018, pidiéndonos que la celebremos el lunes inmediatamente después de Pentecostés. Amemos a nuestras madres. Tengamos presente el cuarto mandamiento de la ley de Dios. Amemos y veneremos a la santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Honremos y cuidemos a nuestra Madre y Maestra la Iglesia. Ofrezcámosle amor y gratitud a quien nos dio la vida física y espiritual y defendamos y hagamos quedar en alto a nuestra Madre Patria. Dios los bendiga, Sady Pbro. |
KWMC
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