“águila que habla”. (Según el idioma náhuatl, su idioma materno). Su fiesta el 9 de diciembre Según la historia, Juan Diego era un “macehualli”, uno que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales del Imperio, es decir que pertenecía a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca, pero no a la clase de los esclavos. Hablándole a Nuestra Señora él se describe como “un hombrecillo” o un don nadie. La primera mención al indio Juan Diego se encuentra en el “Nican mopohua”: texto náhuatl, lengua azteca, escrito hacia 1545 por Antonio Valeriano (1516-1605), ilustre tepaneca, alumno y después profesor y rector del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, gobernador de México durante treinta y cinco años; publicado en 1649 por Luis Lasso de la Vega, capellán de Guadalupe; y traducido al español por Primo Feliciano Velázquez en 1925. Este documento precioso es probablemente el primer texto literario náhuatl, pues antes de la conquista los aztecas tenían solo unos signos gráficos, como dibujos, en los que conseguían fijar ciertos recuerdos históricos, el calendario y la contabilidad. Según la narración de Luis Lasso, Juan Diego había sido un indio de la etnia indígena chichimeca. Habría nacido el 5 de mayo de 1474 en el barrio de Tlayácac de la ciudad de Cuautitlán, que pertenecía al reino de Texcoco. En el año 1524 se produce su conversión al cristianismo y fue bautizado, así como su tío Juan Bernardino y su esposa, recibiendo el nombre cristiano de Juan Diego y su esposa el nombre de María Lucía. Fueron quizás bautizados por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios “Motolinia” o “el pobre” por su extrema gentileza y piedad y las ropas raídas que vestía. Según la primera investigación formal realizada por la Iglesia sobre los sucesos, Juan Diego parece haber sido un hombre muy piadoso y religioso, aún antes de su conversión. Era muy reservado y de carácter místico, amante de silencios largos y penitencias frecuentes, que lo llevaban a caminar desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir instrucción religiosa. Su esposa fallece en 1529 y Juan Diego entonces se traslada a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, que le quedaba más cerca de la iglesia en Tlatilolco – Tenochtitlán, solo 14 kilómetros. Según lo escrito por Luis Lasso de la Vega y de acuerdo con la tradición, en 1531, diez años después de la conquista de Tenochtitlan, el sábado 9 de diciembre de 1531 (a sus ya 57 años de edad) muy de mañana en el cerro del Tepeyac escuchó el cantar del pájaro mexicano tzinitzcan, anunciándole la aparición de la Virgen de Guadalupe. Ella se le apareció cuatro veces entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y le encomendó decir al entonces obispo, fray Juan de Zumárraga, que en ese lugar quería que se edificara un templo. La Virgen de Guadalupe le ordenó a Juan Diego que cortara unas rosas que misteriosamente acababan de florecer en lo alto del cerro para llevarlas al obispo Zumárraga en su ayate. La tradición refiere que cuando Juan Diego mostró al obispo las hermosas flores durante un helado invierno, se apareció milagrosamente la imagen de la Virgen impresa en el ayate, llamada la siempre Virgen Santa María de Guadalupe, El prelado ordenó la construcción de una ermita, donde Juan Diego Cuauhtlatoatzin viviría por el resto de sus días custodiando el ayate en la actual capilla de indígenas. Murió en la Ciudad de México a la edad de 74 años, el 12 de junio de 1548. (Fuentes: Wikipedia; aciprensa; encuentra.com Portal católico). Beatificado el 6 de mayo de 1990, y Canonizado el 31 de julio de 2002, por el Papa Juan Pablo II. Preguntémonos: ¿Por qué a Juan Diego y no a otro se le apareció la Virgen en estas circunstancias? “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado”. (Mt 11, 25). San Juan Pablo II en la homilía de la beatificación alabó en Juan Diego su simple fe enriquecida por la catequesis y acogedora de los misterios. Lo definió como aquél que le dijo a la Santísima Virgen: “soy solo un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda…”. Lo definió como un modelo de humildad para todos nosotros. Lo definió como modelo de esperanza y confianza en Dios y en la Virgen; modelo de caridad, coherencia moral, desprendimiento y pobreza evangélica”. ¿Hoy también nos puede hablar Dios o la Santísima Virgen a nosotros personalmente, irrumpiendo en el camino de nuestra vida? Claro que sí. Pero Dios y la Virgen no andan por los caminos de los placeres falsos, de la arrogancia, del orgullo, de la ostentación, del desamor, la indiferencia, la marginación, de la prepotencia y de la altivez. Entonces, ¿Qué debo hacer para poder encontrar y escuchar a Dios? Que la celebración de las fiestas que se nos aproximan nos lleven por los caminos del Señor. Dios los bendiga. Sady Pbro. |
KWMC
|