¡NACIMOS PARA VIVIR DE ETERNIDAD. NO HEMOS NACIDO PARA MORIR! Para nosotros los cristianos, en la actualidad, basados en la experiencia de fe y el testimonio de las primeras comunidades, el término “RESURRECCION” no es retorno a la vida anterior o como rescate del Šeol, sino participación en el misterio pascual o participación en la victoriosa resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Esta verdad de fe es el fundamento de nuestra fe cristiana. El Apóstol Pablo con el deseo de hacerle entender a los corintios el misterio de la resurrección les dice: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es también nuestra fe” (1º. Cor 15,14). El profeta Daniel ya tenía claridad sobre la resurrección no como vuelta a la vida anterior, sino como resurrección para la vida eterna, cuando por inspiración divina escribe: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.” (Dn 12, 2-3). La resurrección para la vida eterna es diferente al concepto de vivificación de los muertos en la biblia hebrea en el que se da el caso en el que el profeta Eliseo resucita al hijo de la sunamita (2º. Re 4, 31-37) o la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta por mediación del profeta Elías (1º. Re 17, 17-23). En estos dos casos este tipo de resurrección no es para la vida eterna; podemos decir que más bien es una reanimación, vivificación o retorno a la vida anterior. En el caso de la Resurrección como participación en la Resurrección de Cristo es para participar en la vida eterna, totalmente renovados y participes de la glorificación. Los creyentes debemos preocuparnos por vivir en la verdad y en la justicia y no debemos escatimar esfuerzos por el bien, ya que como dice Pablo Apóstol: “Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada” (Rm 8, 18). Los mártires, conscientes de esta gran verdad son capaces de vivir los valores y los principios cristianos y han entregado su vida, con la esperanza puesta en la resurrección. Según los relatos de las Sagradas Escrituras Jesús de Nazareth no solamente hará que resuciten al final de los tiempos los justos, sino que también tiene poder sobre la vida, en cumplimiento de los milagros proféticos del Antiguo Testamento, como vemos que hace a través de su ministerio resucitando a la hija de Jairo (Mc 5, 21 ss.), al hijo de la viuda de Naín (Lc 7, 11 ss.) y a Lázaro (Jn 11, 1 ss.), entre otros. El mismo Señor, con toda claridad, afirma que los que creen en Él participan de la resurrección: “Yo soy la resurrección y la vida. El que vive y cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25). Los creyentes celebramos la Pascua de Resurrección de Jesús con plena consciencia que el sepulcro vacío no fue suficiente para que los apóstoles sintieran la fuerza de la resurrección; necesitaron encontrar al Señor y vivir la experiencia de la resurrección para poderse convencer. Según la experiencia del encuentro del Apóstol Tomas con Jesús resucitado, advierte que realmente no es un fantasma, que su cuerpo es humanamente visible y sus llagas palpables, reales y tangibles. Nosotros necesitamos aprender a estar reunidos en comunión con la Iglesia, permitir que arda nuestro corazón en el camino de nuestra vida con la lectura de las Escrituras y dejar inflamar nuestro corazón en la contemplación de Jesús en la fracción del Pan, para poder decir desde lo profundo de nuestro corazón: “Señor mío y Dios mío” te reconozco presente como el dueño y Señor de mi vida, como el Señor Resucitado, el vencedor del mal y del pecado, “el mismo ayer, hoy y siempre”. Felices Pascuas de Resurrección y que Dios los bendiga. Sady Pbro. |
KWMC
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