La séptima obra de misericordia corporal nos manda: “Enterrar a los muertos” y la séptima obra de misericordia espiritual nos pide: “Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos”. Es muy importante que nosotros tengamos en cuenta a nuestros seres queridos que “nos han precedido en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz”, en cuanto que el cuarto mandamiento de la ley de Dios no es solamente para observarlo con quienes viven entre nosotros, sino también con los que se nos han adelantado. La doctrina católica nos dice: “en el Cielo no puede entrar nada manchado. Por eso el alma que está afeada por las faltas y pecados veniales no puede entrar a la presencia de Dios: para llegar a la felicidad eterna es preciso estar purificado de toda culpa”. Hay en nosotros faltas o pecados cometidos contra Dios y contra nuestro prójimo: faltas en las que no le hemos respondido al amor infinito que Dios nos ofrece: nuestra impiedad, el mostrar agrado por el pecado, nuestras indiferencias con los necesitados, orgullos, vanaglorias y enojos. El purgatorio es como la antesala para entrar al Cielo y nosotros los que aun vivimos en este mundo tenemos el sagrado deber de orar por la purificación de las faltas de las benditas almas del purgatorio, para que prontamente participen de la presencia de Dios. Entonces, al fin y al cabo, ¿por qué rezar por los muertos? Desde el Antiguo Testamento, en el 2º. Libro de los Macabeos encontramos: “Mandó Judas Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados, pensando en la resurrección. Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos” (2º. Mac 12, 41- 46). Nuestro Señor Jesucristo nos dice: “Yo soy la Resurrección. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26). El Apóstol Pablo en su primera Carta a los Corintios dice: “La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego”. (1º. Cor 3, 14). San Gregorio Magno afirma: “Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso”. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “los que mueren en gracia y amistad de Dios, pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma”. A esto le llamamos purgatorio purificador. San Juan Pablo II nos dice: “Con estos hermanos nuestros, que “también han sido partícipes de la fragilidad propia de todos ser humano, sentimos el deber -y la necesidad- de ofrecerles la ayuda afectuosa de nuestra oración, a fin de que cualquier eventual residuo de debilidad humana, que todavía pudiera retrasar su encuentro feliz con Dios, sea definitivamente borrado”. Tenemos la concepción clara que la Iglesia es una sola, en tres estados: la Iglesia peregrinante (los que aun vivimos en este mundo); la celebramos en el día a día. La Iglesia purgante (las benditas almas del purgatorio) por quienes debemos pedir con actitud de caridad y solidaridad; la celebramos el 2 de noviembre: conmemoración de los fieles difuntos y la Iglesia triunfante (conformada por los hermanos y hermanas que ya se nos han adelantado y después de su purificación gozan de la presencia de Dios); la celebramos el 1º. de noviembre: Solemnidad de todos los Santos. Así manifestamos la unidad de la Iglesia de Dios, del pueblo de Dios llamado a vivir en unidad y Santidad. Podemos concluir entonces, que, si creemos en la resurrección de los muertos, como rezamos en el Credo, entonces debemos orar por ellos, ofrecer la Eucaristía, rezar el Santo Rosario, ofrecer limosnas, ofrecer sacrificios y en lugar de desperdiciar los momentos de infortunio y tribulación ofrecérselos al Señor Jesucristo, pidiendo que todo esto les sirva a nuestros familiares, amigos, bienhechores y necesitados difuntos como sufragio por el perdón de sus pecados y puedan gozar prontamente de la presencia de Dios en el Cielo, participando del Banquete eterno. Oremos ferviente y constantemente por nuestros difuntos y como dicen nuestra gente sencilla, ganémonos el jornal, para cuando nosotros necesitemos de la oración para la purificación perfecta de nuestras almas para poder ver al Señor en su Gloria, tengamos también quien ore por nosotros, porque recordemos que de lo que se siembra se cosecha. Dios los bendiga, Sady Pbro. |
KWMC
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